Los orígenes de la ciencia y sus cualidades
La
ciencia es una parte importante de nuestro conocimiento y nuestra cultura
actuales, tanto que, para algunos países del oriente, la ciencia es la religión
de occidente. Y quizá tengan razón, nosotros hoy en lugar de construir
catedrales construimos parques de las ciencias como catedrales (véase el “Príncipe
Felipe” de Valencia. En su interior podría caber la catedral de Burgos)
Los
científicos tienen el mismo objetivo que los filósofos: buscar la verdad. En la historia, primero fueron los filósofos que
creyeron que podrían comprender cómo era este mundo en que vivimos, y cómo
somos nosotros mismos, utilizando la racionalidad, eliminando mitos y creencias
sin fundamento. Aplicando esta racionalidad de forma extrema la filosofía parió
su primera hija: la matemática, con
Pitágoras, Thales, Euclides. La matemática es hoy una parte de nuestra cultura
sin la cual no podría entenderse nuestro mundo actual, ni tampoco la ciencia.
Pero
ocurrió que cada uno de los grandes filósofos de la Época Clásica se hizo su
propio Sistema del Mundo en el que se respondía, de forma racional y lógica, a
todas las grandes preguntas del hombre: ¿Quién soy yo? ¿Por qué y para qué
estoy aquí? ¿Cómo es el mundo? Podríamos decir que cayeron en una especie de
incontinencia intelectual, haciéndose preguntas indebidas. Por lo que acabaron
en una especie de Torre de Babel donde cada uno dio una explicación diferente y
con frecuencia contradictoria. Y no había forma de saber quién tenía más razón.
Mucho,
mucho tiempo después, en el siglo XVI, en pleno Renacimiento, las gentes
encontraron por fin un método para saber cuándo nuestro pensamiento es digno de
confianza, o no. El truco es muy fácil: preguntárselo
a la Naturaleza. Si la Naturaleza
lo aprueba, lo podemos dar por válido; pero si lo rechaza, nosotros también lo
olvidaremos, como olvidamos nuestros sueños. Esta contrastación con la Naturaleza es lo que
los científicos llaman experimento. Y este modo de pensar en que uno
puede inventarse las fantasías más grandes imaginables (como que el espacio y
el tiempo se pueden alargar, encoger o retorcer, según cómo los miremos) pero nunca
las da por válidas hasta que la señora Naturaleza concede su permiso, se llama método científico.
Podríamos
decir que la Ciencia
fue la segunda hija de la
Filosofía. Una hija, por cierto, bastante respondona y
maleducada, que le gusta criticar a su madre, la filosofía, y que no respeta ni siquiera el criterio de
autoridad, ni de su madre, ni de nadie. Estas cosas tan feas nunca las hizo
su otra hija, la Matemática.
Dicen los científicos que ellos sólo aceptan la verdad
legalizada por la experimentación. Pero yo me temo que dicen estas cosas para
justificarse por su feo comportamiento.
El
pobre Galileo, en aquella época, pensó que “sólo” sería capaz de poner en claro
cómo se mueven las cosas y cuántos errores había cometido en ello Aristóteles,
y lo logró. Llegó a comprender que las
cosas se mueven por sí mismas y que no hay que empujarles para ello, como
pensaba Aristóteles. Que nadie tuvo que empujar a la Luna para que se moviera.
Incluso fue capaz de comprender que aunque nosotros veamos que el Sol y las
estrellas recorren nuestros cielos cada día, puede ser también que estén
completamente quietos y que seamos nosotros los que nos movemos. Descubrió así
lo que hoy llamamos el Principio de Inercia y la Teoría de la Relatividad (Einstein
lo “único” que hizo fue ampliarla). Galileo, como Einstein, sólo se hicieron
las preguntas que fueron capaces de responder. Bueno, la verdad es que también
se hicieron otras a las que no alcanzaron, ¡y es que todos somos humanos! Pero,
al menos, tuvieron la sensatez de no afirmar nada sobre ellas.
Los
filósofos, en cambio, siguen haciéndose preguntas que ni ellos ni nadie pueden
responder, como ¿quién soy yo? ¿Por qué estoy aquí?
Pudiera
parecer que el pensamiento científico es entonces muy limitado. A este paso
¿cuándo podremos hacernos las preguntas de los filósofos? Bien, esto es algo
que nunca debes preguntarte, puesto que hoy todavía queda muy lejano. Pero no
creas, el pensamiento científico no es limitado, lo que ocurre es que la Ciencia se construye
ladrillito a ladrillito, generación tras generación. Es un trabajo de hormigas,
de inmensos hormigueros. Si Galileo levantara la cabeza, no podría creer las
cosas que hoy sabemos gracias a los cimientos que él, y otros cuantos como él,
plantaron en su día.
El
conocimiento científico tiene otro aspecto que es el que menos les gusta a los
estudiantes: aquí todo se expresa en lenguaje
matemático (ya Galileo insistía en que la Naturaleza tiene una estructura
matemática) Para averiguar cómo funciona la Naturaleza, y nosotros mismos, como
parte de ella que somos, hay que esforzarse mucho, trabajar muchísimo y con
mucho rigor. La Naturaleza es muy egoísta y no nos deja que le arranquemos sus
secretos fácilmente, se necesitan mentes muy firmemente preparadas, con mucha
imaginación y con muchos deseos por alcanzar una verdad, aunque sea pequeñita.
Y
pese a que avanza pasito a pasito, gracias a la ciencia y a la tecnología que
se deriva de ella, y que, desde el telescopio de Galileo, se hicieron amigas
inseparables, hoy nos sobra la comida,
los vestidos, tenemos coches y casas, y podemos dedicar toda nuestra juventud a
aprender y a divertirnos. Y estamos más sanos, vivimos más años y somos más
altos y más guapos que fuimos nunca. Antes de la ciencia la gente trabajaba de
sol a sol sólo para poder comer, y no siempre lo lograba, además de pasar sus
vidas comidos por los piojos, las pulgas... Como sigue pasando en los países
que, por desgracia, aún se encuentran
alejados de este conocimiento.
Por
fortuna, la ciencia tiene unos valores
hermosos, como que todos los descubrimientos científicos y todo el
conocimiento científico acumulado a través de sus cuatro siglos de existencia están
publicados, y se siguen publicando para que todo el mundo tenga acceso a él. De
modo que, todo el que lo desee, y esté dispuesto a hacer el esfuerzo necesario,
podrá comprenderlo y aplicarlo en su beneficio.
Así
que, aunque podamos considerar a la ciencia como una hija pindonga de la
filosofía, no se porta nada mal con el resto de la gente.
Manuel Reyes
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