11 de mayo de 2019

A la muerte de Rubalcaba



Hoy toda España se duele por la desaparición de un gran político, de un verdadero hombre de estado de esos que ya no quedan. De esos que innovaron, crearon, organizaron y mantuvieron con mano firme la palanca del gobierno, a veces desde el escenario, a veces entre bambalinas, durante muchísimos años. El auténtico Maquiavelo del gobierno español desde los 80 hasta hace poco.

No deseo exaltar sus méritos políticos que están en todos los periódicos y noticiarios de estos días pero si le debo una mención a algunos de los académicos. Profesor de química orgánica de la Complutense, estuvo ligado a la educación en su primera etapa política con Felipe González.
Creó la Ley de Reforma Universitaria (LRU), la Ley Orgánica de Ordenación del Sistema Educativo (LOSE) y posteriormente la LOGSE (Ley de Ordenación General del Sistema Educativo). De hecho todas las reformas educativas de importancia que se han realizado en este país las hizo él. No hemos vuelto a tener un ministro de educación que le llegue a la suela de sus zapatos.

                Yo le conocí porque me entregó personalmente un premio a la innovación didáctica. Era por entonces Secretario de Estado para la Educación. Al año siguiente sería Ministro de Educación y Ciencia. Había ideado un “Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación” porque por aquellos años, finales de los 80, estaba empezando a pegar con fuerza la informática y ya se vislumbraba que iba a tener una gran relevancia en los sistemas educativos. Él lo olfateó y montó este programa con un concurso nacional para incentivar al profesorado a meter las manos en la masa informática y comenzar a crear programas didácticos, pese a que en aquellas fechas en la mayoría de los institutos ni siquiera había ordenadores.  

Yo, por aquel entonces, estaba metido en el ajo hasta las trancas porque años antes había iniciado la enseñanza de la informática en mi instituto (pero de contrabando, por la negativa de la Inspección de Enseñanza Media de Granada que, “no creyó que la informática tendría interés para la enseñanza”). Las cosa habían comenzado a serenarse y por aquellas fechas del concurso estaba yo montando un programa para ayudar a los estudiantes a leer bien y deprisa, por aquello de mejorar la eficiencia. Amplié y perfeccioné el programa y lo presenté al Ministerio con el título de “Curso MOS de lectura rápida”. Y… no se lo creerán ustedes, pero me dieron el 2º Premio Nacional a las Nuevas Tecnologías, 1991, dotado con 500.000 pesetillas del ala (hoy puede parecer una minucia pero en aquella época supuso un bocado notable para mi hipoteca…). Y el premio me lo entregó en persona D. Alfredo Pérez Rubalcaba, que si ya de antes me caía bien, desde entonces ni les cuento.

                Además aquello me hizo famosillo en la época. Así, en los años siguientes, me convertí en un referente de las innovaciones informáticas. Estuve de ponente en las “Primeras Jornadas de Software educativo” del MEC, en Madrid, también fui ponente en el “8º Congreso de Didáctica de la Física” de la UNED, y en un montoncito más de las que ya ni me acuerdo. El caso es que aquél concurso del Ministerio, tan bien dotado económicamente, despertó el interés de una pléyade de profesores en todos los ámbitos educativos y los congresos, encuentros, jornadas informáticas, etc., comenzaron a menudear por todas partes más que las minifaldas.

                Y no quiero dejar de mencionar también la relevancia internacional que tiene la innovación que se realiza en nuestro país (cuando esto, insólitamente, ocurre). Unos años más tarde, creo que hacia el 95, una noche, a eso de las 4 de la madrugada, recibo una llamada telefónica. No necesito explicar el temblor con que cogí el teléfono maliciando alguna desgracia familiar. Pues nada de eso, era un señor que se presentó como el director de no recuerdo qué colegio de Caracas (era evidente que este buen señor no había tenido en cuenta el salto horario, allí serían las 10 de la mañana). Estaban usando mi programa en su colegio, la edición que había publicado nuestro Ministerio, y habían encontrado un fallito en el salto de una cierta respuesta. Habían llamado al Ministerio y le habían dado mi teléfono. Me pedía si podía arreglarlo y mandarle la nueva versión del programa... Me costó trabajo admitir que algo que habíamos hecho aquí, como de andar por casa, estaba siendo utilizado incluso en Hispanoamérica apenas unos años después.

                Todas estas historietas que os cuento no habrían acontecido si en España no hubiéramos tenido la suerte de tener un gran hombre de estado como Rubalcaba, que puso la educación en nuestro país a la altura de las mejores del mundo en su época.

¡Qué pena que los españoles no seamos capaces de ver los méritos de las grandes personalidades hasta que no se mueren!

¡Descanse en paz, don Alfredo!

Manuel Reyes Camacho