2 de diciembre de 1989

La psicofonía


Y la inducción electromagnética



 El diccionario de parapsicología de Héctor V. Morel define el término Psicofonía como «voces de personas fallecidas o de entidades del más allá» y resulta incuestionable que todo el mundillo que contornea el término exhala el aroma de lo macabro o cuando menos de lo tenebroso.
     
       Nunca he sido bastante valiente ni suficientemente masoquista para pasarme una nochecita en un cementerio así que nunca había conseguido una psicofonía, hasta que un día se me ocurrió una hipótesis que podría explicar el fenómeno sin tener que admitir que los entes del más allá hayan tenido que esperar a que nos inventáramos el magnetófono para darnos sustos.
     
       Si el magnetófono es capaz de grabar sonidos que mi oído no capta, es que tales sonidos no existen, puesto que el oído es mucho más sensible que cualquier micrófono convencional. ¿Qué es entonces lo que capta el aparato? Pues... ¡ondas electromagnéticas de baja frecuencia que podrían inducirse sobre el circuito de entrada del micro! Pero, ¿dónde se producen estas ondas? Pues... en el circuito preamplificador de cualquier emisora.
     
       Me explicaré un poquito para los radio-pasotas.
     
       Las ondas de nuestra voz, o de nuestra música son ondas de sonido de frecuencias comprendidas entre 20 y 20.000 vibraciones por segundo. Para enviarlas al espacio es preciso convertirlas en ondas electromagnéticas. Esto se consigue del siguiente modo: Mediante un sencillo circuito electrónico, cuyo elemento más visible es el micrófono, se transforma la onda de sonido en una corriente eléctrica que vibra con la misma frecuencia que éste. Se logra así una corriente muy débil que es necesario enviar al circuito amplificador para multiplicar su intensidad. Ahora lo tenemos todo listo para efectuar la transformación final; convertir esta corriente en una onda de radio, como diríamos coloquialmente, y este paso final se consigue sin más que enviar la corriente a la antena. En este trocito de alambre la energía que aporta la corriente hace vibrar frenéticamente a sus electrones quienes para liberarse de este exceso energético emiten una hermosa onda electromagnética, que viaja por todos los espacios terráqueos y siderales, como sus hermanas, las ondas luminosas.
     
       En realidad la cosa es un poquitín más complicadilla. Por razones técnicas que omito, resulta que es preferible que la onda de radio sea de una frecuencia muchos miles o incluso millones de veces mayor que esos 20 a 20.000 Hertzios (Hz) que antes le mencionaba, así que cualquier emisora que se precie debe «fabricar» una corriente de alta frecuencia (600.000 Hz. en adelante) a la que llamamos «portadora», y mezclarla con la que describíamos en el párrafo anterior, a la que denominados «audiofrecuencia». En definitiva la «portadora» tiene por misión transportar a la onda de «audio» como el caballo a su jinete.
     
       Ni que decir tiene que nuestros receptores de radio realizan el proceso inverso. Su antena capta la radiofrecuencia que es enviada a su circuito detector donde se elimina la portadora para extraer sólo la onda de audio, quien después de amplificada es enviada a los altavoces. En otras palabras, la radio mata al caballo para poder apear al jinete.
     
       Los magnetófonos, carecen de antena y de circuitos de sintonía y detección, por tanto son ciegos y sordos frente a las altas frecuencias. Pero no a las bajas, a las de «audio», que son generadas por sus cabezas lectoras y amplificadas para ser enviadas finalmente a los altavoces.
     
       Pero incluso para un científico de pueblo no debe bastar con una hipótesis razonable, ahora hay que confirmar con la experimentación, así que me hice de un interfono de esos que usan en las oficinas y que están dotados simplemente de un pésimo amplificador de «audio». Enrollé su largo cable de comunicación sobre mi mesa y junto a él, coloqué un magnetófono al que previamente le había desconectado el micro. Conecté ambos aparatos poniendo el magnetófono en grabación y me dediqué largo rato a hablar a través del intercomunicador. Repetí la experiencia varias veces colocando el cable cerca, lejos, encima y debajo del magnetófono. Cuando ya comenzaba a aburrirme rebobiné la cinta y me puse a escuchar.
     
       Fue magnífico; ¡había logrado grabar mi voz en la cinta sin usar micrófono!
     
       En efecto la corriente de «audio» transportada por el cable del interfono había alcanzado los circuitos amplificadores del magnetófono y mi voz se había introducido como un fantasma en la cinta.
     
       Por cierto, hablando de fantasmas... en algunos de los intentos la voz se había grabado suficientemente clara, otros habían fracasado, pero en otros mi voz era irreconocible, un auténtico galimatías de extraños y hasta inquietantes murmullos infrahumanos... que recordaba el inconfundible sonido de las psicofonías. Como las que por aquellos días acababa yo de adquirir, editadas por la revista Más Allá y que conservo con gran orgullo por su procedencia entrañable para mí, la de mi querido amigo Mariano Almendros, quien las había obtenido en el viejo edificio que hoy ocupa la Diputación granadina.
     

       Perdóname querido Mariano (*), pero no pude resistirme a la tentación de volver a repetir el experimento grabando ahora cosas como: «¡Os arrepentiréééiiis...!, ¿Yo qué hago aquííííí...?», y puedes creerme, el resultado fue absolutamente espeluznante. Había logrado mi primera "autopsicofonía", pese a estar vivo, y la prueba experimental de ello es que te estoy escribiendo este articulillo. Lamento de veras no haber podido compartir contigo esta experiencia que nos habría proporcionado unos gratos momentos, dado tu magnífico sentido del humor.
     
       En nuestras ciudades donde el número de emisoras, teléfonos, interfonos y similares, es incontable, la polución de ondas de este tipo debe ser atroz. ¿Por qué entonces podemos escuchar nuestros magnetófonos sin interferencias habitualmente? Se trata de ondas muy débiles y por tanto de corto alcance. Se necesita un buen amplificador para que estas ondas puedan ser captadas a unos kilómetros.
     
       No trato de decir con esto que la psicofonía sea un simple espejismo provocado por estas ondas, ya que no poseo datos experimentales que me lleven a esta conclusión, pero sí quiero advertir a los muchos y buenos investigadores que en España tenemos en este campo que a partir de ahora será necesario demostrar que en sus experiencias psicofónicas está ausente este efecto de inducción por audiofrecuencia que acabo de describir.

       En realidad es muy fácil resolver el problema, bastará con que el experimentador introduzca su magnetófono, micrófono incluido, en una caja hecha con celosía metálica y conectada a tierra (una caja de Faraday). Esto constituye una barrera infranqueable para cualquier tipo de onda electromagnética, pero no opondría ningún obstáculo al paso del sonido, ¡mucho menos si viene de ultratumba!
     
       Si después de adoptar estas precauciones se siguen obteniendo pruebas psicofónicas, entonces merecerá la pena continuar investigando el fenómeno (**).
     
Manuel Reyes Camacho. Noviembre 1989


(*) Mariano Almendros, librero de profesión, fue uno de los mejores parapsicólogos granadinos y un entrañable amigo con un envidiable sentido del humor. Tenía una buena colección de psicofonías.
(**) Este artículo se publicó en el periódico IDEAL de Granada, el sábado 2 de Diciembre de 1989 con motivo de unas “apariciones de fantasmas” en el viejo edificio de la Diputación.