21 de enero de 2017

¿Por qué Donald Trump?




           Hemos asistido (los habitantes de este planeta y en tiempo real) a una toma de posesión que mantiene a unos en el temor, a otros en la incertidumbre y a la mayoría en la perplejidad.

            ¿Cómo ha podido ocurrir que un hombre tan sencillo, por no decir tan simple, bachiller en economía a los 22 años, constructor, promotor de los desfiles Miss USA, millonario, xenófobo, machista, grosero y vulgar, sea hoy Presidente de los Estados Unidos de América?

            Mucho me temo que la razón, o al menos una de ellas, sea la misma que explica el surgimiento de partidos radicales populistas de ultras izquierdas y derechas por toda la geografía europea:
El empobrecimiento de las clases medias y la ruina de las bajas, como consecuencia de la crisis económica y, fundamentalmente, por la falta de empleo cada día más acuciante.

La crisis va pasando, o eso nos cuentan los políticos, pero el empleo sigue empeorando y para lograr que esto no cause mayor desasosiego se legisla en el sentido de transformar un empleo completo y estable en dos o tres parciales y temporales. Lo que empobrece e inquieta a toda la población trabajadora. Las estadísticas, en cambio, nos dirán alegremente que se perdió un puesto de trabajo y se ganaron tres. Resulta asombroso que las estadísticas de paro en EEUU lo cifran en el 4´7%, esto es casi el pleno empleo, y si esto es verdad ¿por qué el nuevo presidente ha dedicado casi la mitad de su discurso a hablar del paro? Concretamente dice:
   “Nuestra gente dejará de cobrar las prestaciones sociales y volverá a trabajar”.

            La causa profunda de todo esto es la pérdida constante de puestos de trabajo, tanto en EEUU, como en Europa y en el resto del mundo occidental. Pienso que hay dos causas fundamentales, una circunstancial, inmediata, actual, y otra de fondo.

            La causa circunstancial se debe a la mundialización de la economía, propiciada, por un lado,  por los transportes que permiten trasladar, no ya de un país a otro, sino de un continente a otro, millones de toneladas de productos en cuestión de días o de horas. Negocios y transacciones comerciales apoyados en las comunicaciones instantáneas entre cualesquiera dos puntos del planeta. Y por otro lado por la diversidad en el desarrollo social, en el bienestar, de unos países y continentes a otros. Es más barato fabricar en China que en EEUU o en Europa y trasladar allí la fábrica es rápido y sencillo, basta una mediana inversión que se amortiza rápidamente. La “deslocalización industrial” ha privado, y  lo va a seguir haciendo, al mundo industrializado de millones de puestos de trabajo con gran rapidez. La deslocalización está subiendo el bienestar social del continente asiático a costa del nuestro. Pero lo más terrible es que este proceso no parará cuando ambos se igualen porque ahí estarán esperando los hindúes y quién sabe si después los africanos.

Dice Trump en su discurso:
    “Fábricas oxidadas salpican el paisaje de nuestra nación como si fuesen tumbas”
   “Una a una, las fábricas han cerrado y abandonado nuestras fronteras, sin pararse a pensar los millones de trabajadores americanos que dejaban atrás.”
Pero en lugar de ponerse a buscar las verdaderas causas del problema echa mano de su populismo simplón:
   “Los políticos prosperaron, pero las fábricas cerraron y se perdieron trabajos.”
Esto es: La culpa es de los políticos.

         Trump ignora, o bien olvida interesadamente, que el proceso de mundialización es tan irreversible como el cambio climático y no se arregla dándose la vuelta y caminando hacia el pasado. Así dice:
   “El proteccionismo nos llevará a la prosperidad.”
   “Desde este momento, los americanos irán primero.”
No, señor Trump, si usted pone aranceles los demás harán lo mismo para sus productos y todo lo que fabriquen ustedes se lo comerán con sopas. En la mundialización el que se aísla muere. Nunca nadie caminando hacia atrás en la historia ha ganado. Trump además supone que las industrias americanas son americanas y por tanto deben ser patrióticas, ignorando que son de sus accionistas y que sus accionistas son gente de todo el planeta. Y como el objetivo de una empresa es ganar dinero se localizarán allí donde más dinero se gane. Para vencer en el juego del proceso de cambio hay que investigar las causas de lo que ocurre, hay que crear, actuar con astucia, inventar nuevos caminos.

La causa de fondo es que, unida en el tiempo a la mundialización, estamos viviendo un cambio de era. Estamos pasando de la Era Industrial a la Era Robótica (nadie piense que me refiero a R2-D2 ni a C-3PO, ni otros juguetes por el estilo). Creo que pronto podré publicar un trabajito que estoy elaborando sobre este proceso de cambio, pero mientras tanto adelantaré que básicamente se trata de lo siguiente:

Hasta aquí hemos fabricado máquinas que nos ayudan en el trabajo, pero las que estamos fabricando ahora nos sustituyen.

            Por esta razón cada día sobra más gente. Cada día producimos más con menos trabajadores. Me refiero al paro estructural y crónico.

            Curiosamente los analistas superficiales buscan la causa del paro creciente en la ineficiencia y en la corrupción de los políticos. Así dice Trump:
   “Desde hace demasiado tiempo, un pequeño grupo de nuestra nación ha estado cosechando los beneficios del Gobierno mientras que la gente ha tenido que cargar con los costes.”
   “Washington creció, pero la gente no percibió esa riqueza.”
   “El 'establishment' se ha protegido a sí mismo, pero no ha protegido a los ciudadanos del país”.
   “Lo que realmente importa no es qué partido controla nuestro gobierno, lo que importa es si nuestro gobierno está controlado por la gente.”
Esto es, como siempre: La culpa es de los políticos. No nos fiamos de ellos, prescindiremos de ellos o los controlaremos de cerca. Es lo que en España se originó en la revuelta estudiantil del 15-M y luego tomaron como lema Podemos y los demás populistas: “No nos representan”.

       Y Trump para solucionar el problema del paro creciente lo arreglará haciendo volver algunas industrias al país y aumentando la inversión en infraestructuras (lo que quizá, casualmente, beneficie a sus empresas de construcción, quién sabe…). Así dice:
   “Construiremos nuevas carreteras, autopistas, puentes, aeropuertos, túneles y carriles de tren a lo largo de nuestra grandiosa nación”.
Es de esperar que antes de que logren lo que ya hemos conseguido los españoles: autopistas sin coches y aeropuertos sin aviones, los americanos hayan encontrado la forma de echarlo.

Concluyendo. La gente de todo el mundo occidental estamos preocupados, angustiados y sobre todo, desorientados, ante una situación social que va a peor día a día y a la que no se le ven ni las causas ni los remedios. Los cambios se producen con tal celeridad que incrementan al desconcierto general. Así cuando surge un profeta con facha de líder y cara de acero inoxidable, aunque sea del color de las zanahorias, y nos dice: “seguidme que yo sé cómo se arregla todo esto”… pues nosotros cerramos los ojos, nos tapamos la nariz y... ¡le votamos!
           
            Confiemos en que los duendes, los trasgos, hadas, valquirias, elfos, suzakus y demás seres eternos, uniendo sus poderes, nos libren en Europa de un Trump II, porque mucho me temo que lo votaríamos.

           
Manuel Reyes