13 de septiembre de 2020

Ciencia y Covid-19

 


    Que la pandemia causada por el maldito coronavirus nos está cambiando la vida es una obviedad incuestionable y que tardaremos algún tiempo en apreciar cuáles y cuantos han sido los cambios, también. En el futuro inmediato muy pocas cosas volverán a ser como hasta ahora porque había ya muchas cosas en proceso de cambio y ahora se están acelerando cuando no disparando y porque han surgidos otras varias que hasta hace unos meses eran impensables, como que una nueva epidemia podía producir millones de muertos y paralizar el mundo y su economía.

      Pero no todos estos cambios van a ser para empeorar, como en principio uno se siente proclive a aceptar, también debe haber algunos que mejoren nuestras vidas en el futuro.

      Hoy me gustaría reflexionar sobre uno que a mí me ha resultado prodigioso: es la primera vez en la historia de la humanidad, que el planeta entero, está pendiente de la ciencia, de los avances científicos en terrenos como la medicina, farmacología, virología, bioquímica y otros afines. El planeta entero espera, suspira, incluso reza, por los avances en estas ciencias. Todo el mundo está expectante, conteniendo la respiración, a la espera de que algunos científicos sean capaces de elaborar una vacuna, un antiviral, un tratamiento médico eficaz, lo que sea que impida nuestra arribada prematura al cementerio.

      La humanidad ha sufrido epidemias terribles casi en todas las  épocas de su historia pero siempre ha mirado a Dios para pedir ayuda. Es la primera vez que coloca a la ciencia en el altar de sus plegarias.

      Hemos tenido epidemias que casi acaban con la humanidad de la época. Por recordar las más terribles y de las que tenemos datos:

* La viruela que causó unos 300 millones de muertos hasta que apareció la vacuna.

* El sarampión con 200 millones.

* La mal llamada “Gripe española” que se llevó por delante entre 50 y 100 millones de personas, según las fuentes.

* La peste negra del siglo XIV, de la que no hay datos globales pero en España, donde teníamos una población de unos 6 millones de habitantes, se redujo a 2,5. En el resto Europa se calcula en unos 50 millones los muertos.

* El VIH con 35 millones, hasta ahora.

* Con el Covid-19 estamos ya alcanzando el millón de muertos, si nos fiamos de las cifras oficiales. En realidad seguramente hemos superado ya los 3 millones y sigue creciendo la cifra de forma escalofriante.

      Y lo más asombroso del caso: ningún estado del planeta tenía preparativos para afrontar una epidemia, pese a que los epidemiólogos y la OMS (Organización Mundial de la Salud) venían advirtiendo desde hace años que podía suceder en cualquier momento, incluso del tipo de virus del que venía la amenaza. No solo la sanidad no estaba preparada, no había nada previsto, ni la fabricación de mascarillas. Y es que habíamos confiado tanto en nuestros conocimientos científicos que a casi nadie se le podía pasar por la cabeza que una pandemia podría volver a poner al mundo en jaque. Orgullo y estupidez, se llama esto. 

      Y hablando de culpas; es a la clase política a la que le corresponde la previsión y la salvaguarda de la sociedad, del mismo modo que almacenamos tanques y cañones, por si acaso… ¿por qué no hemos mejorado la sanidad, por si acaso…? En nuestro país los políticos, todos, han hecho justo lo contrario.

      Pero mi intención es reflexionar sobre el cambio de mentalidad que la humanidad en general está experimentando. Hemos pasado de hacer procesiones y rogativas a algún santo para pedir que llueva, a mirar las previsiones de los meteorólogos en la TV. Hemos pasado de los rezos, procesiones y penitencias, que llegaban a incluir flagelaciones, rogando  a Dios el perdón de nuestros pecados para así evitar su castigo con la peste, a presionar políticamente, incluso a dar dinero, para que la investigación científica sobre las vacunas fructifique rápido.

      El concepto que la gente tiene sobre la ciencia creo que va a mejorar mucho, especialmente en el sentido de la necesidad que tenemos de ella para salvaguardar nuestras vidas. Aunque no creo que vaya a mejorar la comprensión de que el alto nivel de vida, la buena salud generalizada, la abundancia de alimentos (pese al incremento brutal de la población mundial), la mundialización (debida al transporte y la comunicaciones), la longevidad, y no sé cuántas cosas más, se deben a nuestro conocimiento científico trasladado a la industria, la tecnología, agricultura, medicina, farmacología, etc.

      Pero si hemos de ser realistas habrá que recordar que la ciencia tiene un talón de Aquiles. Al igual que las artes, necesita de un mecenas. Los científicos también comen y alguien les tendrá que llenar la mesa todos los días. Los laboratorios son cada día más costosos. Galileo descubrió “las lunas de Júpiter” con un telescopio que él mismo se construyó con dos lentes y un canuto de cuero. Hoy los telescopios tienen tales precios que los construyen grupos de naciones (así sus astrónomos los puedan utilizar tiempos parciales proporcionales a su aportación). Por poner un ejemplo: el telescopio de 30 metros que se está proyectando para las islas Hawai, o quizá para las Canarias, tiene un presupuesto inicial de unos 2.000 millones de dólares. El costo final es impensable. ¿Y mantenerlo y renovarlo, cuánto costará?

      Si la población en general estuviera concienciada de la importancia del avance científico serían los estados los que asumirían su elevado costo. Aunque esto siempre implica  una servidumbre –habría que atender a los intereses de las políticas de cada país– sería preferible a que caiga en manos de industrias privadas, como ocurre hoy. En este caso el camino que tome la ciencia depende de intereses económicos y no científicos ni sociales. Es por eso que los telescopios los paga el estado, porque no se obtiene de ellos ningún beneficio económico y, en cambio, las farmacéuticas las manejan empresas privadas.

      Lo que está ocurriendo con la investigación de las vacunas para el Coronavirus es un ejemplo palpable. Salvo la que está fabricando el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) en Madrid, a la que le falta un año de trabajo y que según he leído ha recibido una donación de 600.000 € de “La Caixa”, y las investigaciones del CNB-CSIC (Centro Nacional de Biotecnología del CSIC)  que ha recibido otra donación de un millón de euros de una señora particular, en España casi que no se está haciendo otra cosa, y lo poco que hay avanza, como hemos dicho,  gracias a donaciones ajenas al estado, cuyos intereses ignoramos. 

      Los investigadores que van a sacar las primeras vacunas a nivel mundial pertenecen todos a grandes empresas farmacéuticas con intereses absolutamente económicos. Porque incluso la de la universidad de Oxford adolece de las mismas sospechas. Las grandes universidades de hoy están financiadas por grandes  empresas, no por los estados.

      Los políticos de hoy, no solo en nuestro país, prometen gastar grandes sumas en educación, sanidad e investigación para ganar las elecciones. Luego se olvidan de sus promesas.

      Pero no seamos pesimistas, por fortuna hoy con la Covid tenemos la suerte de que los primeros que saquen sus vacunas y los que consigan las mejores, se van a hacer de oro, así que, por una vez en la vida,  el dinero está de nuestro lado, ¡ALELUYA! 

    ¡SOBREVIVIREMOS! 

    Bueno, el que consiga aguantar lo suficiente.

Manuel Reyes Camacho

8 de septiembre de 2020

El curso del caos

 UN CURSO BAJO LA AMENAZA DEL COVID-19

Foto: Mis alumnos del Instituto muestran a niños de la escuela experiencias llamativas y curiosas, en el Parque de las Ciencias de Granada, para despertar su ilusión por la ciencia. 1999.

      Pese a los años que hace que dejé atrás estas tareas de la enseñanza no puedo dejar de estar preocupado por el inmenso caos en que se va a desarrollar este curso 2020-21 y el tremendo daño que esto va a causar en esta generación de niños y jóvenes. Por no hablar de los conflictos personales y profesionales a que se van a tener que enfrentar los profesores.

      Los políticos mienten sistemáticamente y tratan de hacernos creer que habrá condiciones higiénicas de separación, grupos pequeños, suficiente número de profesores, y bla, bla, bla… todo mentiras. No existe ese espacio en los centros, no se han contratado más profesores, entre otras cosas porque apenas hacen falta ya que los grupos no se pueden desdoblar en otros más pequeños puesto que para ello los centros tendrían que ser de chicle en lugar de cemento y así los podríamos ensanchar hasta que ocupen una superficie doble o triple de la actual. En los institutos, que es lo que conozco, los grupos son de 30 y hasta de 40 alumnos, están hacinados en clase y no hay espacio para habilitar nuevas aulas porque todas están llenas. Habría que construir nuevos edificios y esto cuesta mucho dinero y no es tarea de hoy para mañana. No obstante la TV nos muestra todos los días los grupos pequeños que se están haciendo. Toman, claro está, aquellos centros del extrarradio o de los pueblos que no están saturados.

      Separar a los niños en grupos y hacer que unos vengan a clases presenciales lunes y miércoles y otros martes y jueves, y el resto de días clases por internet… ¿Pero quién es capaz de organizar esto? Por más que lo intento no logro imaginar cómo podría hacerlo yo. Es una falacia absoluta. Aparte de que una clase presencial nunca puede ser sustituida por una telemática. En esta última se pueden transmitir conocimientos, pero la enseñanza presencial transmite además sentimientos, interés por el conocimiento, posiciones éticas, personalidad, estilo, empatía...  El profesor con solo mirar los ojos de sus alumnos sabe si están comprendiendo o no lo que se les explica, y cambia el discurso cuando lo ve necesario, o atiende especialmente a alguno que se queda atrás. El ordenador no puede hacer estas cosas que son tanto más ineludibles cuanto menor es la edad de los niños.

      La pedagogía nos ha enseñado que el cerebro de los niños no es una caja vacía donde podemos ir añadiendo juguetes —objetos cognitivos—, el cerebro de cualquier persona está siempre lleno, también el de los niños  que han aprendido a dar significado a todo cuanto les rodea. La labor del profesor es averiguar lo que hay en la cabecita del niño ante el nuevo concepto que trata de enseñarle y tratar de convencerle de su error o de que el nuevo que él le ofrece es más preciso, más amplio, es mejor. Enseñar no es añadir leña al fuego, es cambiar la forma en que este arde.

      Por otra parte, la neurología nos ha enseñado que nuestro cerebro es un edificio en construcción que empieza en la concepción y continúa toda la vida. Hoy consideramos que el cerebro alcanza la madurez a partir de los 20 años, aproximadamente. En esta larga etapa nuestro cerebro cambia continuamente, no solo aumenta su tamaño, sino que cambia, se modifica y se reestructura internamente. La influencia de la familia y su entorno natural, exclusivamente, convertirán al nuevo individuo en un “homo, escasamente sapiens”. La ayuda de la escuela en todo este proceso —escuela, instituto, universidad— lo convertirán en un “homo, sapiens, sapiens” dotado de una extensa cultura, un buen conocimiento científico del mundo en el que vive, conocedor de la historia de sus antepasados, con una capacidad de abstracción, de comprensión y expresión, y con un pensamiento crítico. 

      Una interrupción del proceso educativo, no importa en qué etapa, será un fallo en la construcción de su cerebro más o menos irreparable, dependiendo del periodo en que le toque a cada niño. Imaginemos un edificio de viviendas en construcción. La edificación es un proceso continuo que empieza en los cimientos, sigue en las columnas y forjados, tabiquería, fontanería, cubiertas y fachadas. Imaginemos ahora que durante la construcción de los pilares y forjados hay una huelga de albañiles. Cuando se vuelve al trabajo no se quiere cambiar la fecha de entrega de la obra, así que dejan sin terminar algunos pilares y forjados y se pasa a la tabiquería, etc. Por más que se recurra a reparaciones posteriores, ese edificio tendrá daños estructurales para el resto de su existencia.

      Por desgracia esto no lo entiende todo el mundo. Para muchos padres la escuela es un aparcamiento. Allí se dejan los niños mientras uno descansa o se va al trabajo. El que la escuela cierre solo es un fastidio porque nos complica la vida a los adultos.

      Un año escolar caótico es una catástrofe educativa que en muchos miles de casos no tendrá reparación posible. Por desgracia los daños en un cerebro, si no son graves, no pueden verse a simple vista, así que nadie tendrá que sentirse culpable.  

      Este curso entramos en un torbellino de contradicciones:

      —Las autoridades educativas deberían procurar por todos los medios impedir que se cierren los centros. 

      —Aunque es evidente que la salud ha de anteponerse a la educación, pero hay que valorar la peligrosidad de los efectos del coronavirus en los niños y jóvenes y no magnificarlo. 

      —Pero tampoco podemos olvidarnos de las medidas necesarias para detener la pandemia a nivel social que nos imponen el aislamiento como único recurso.

      —Cuando lleguen las primeras vacunas serán las menos fiables y eficaces pero no habrá tantas como para que alcancen a los niños de todo el planeta, tendremos preferencia los sanitarios y los ancianos. Así que, tendremos Covid para rato.

      Lo tenemos difícil, muy difícil. ¡Que Dios nos coja confesaos!

Manuel Reyes Camacho