25 de noviembre de 2010

¿La música pesa?






Hay preguntas que producen perplejidad a cualquiera; bueno, a cualquiera que no sea un “profe”, por que nosotros estamos acostumbrados a este tipo de cosas. Digamos que forman parte de los gajes del oficio. Lo que resulta original es que sea un profe jubilado el blanco de las preguntas, como es mi caso. Y es que con el invento del Internet los profes podemos seguir ejerciendo el oficio, incluso cuando hemos dejado de pisar las aulas; lo que resulta maravilloso para los que hemos considerado a nuestros alumnos como la sal de la vida y ahora, por aquello de la tensión, no gozamos de la sal ni en el puchero.



Pues sí, un venturoso día, al leer mi correo, mi e-mail, ¡ojo!, me encontré con un gratísimo regalo; un antiguo alumno me preguntaba:


Profe, tengo una duda existencial: Cuando lleno mi MP3 de música… ¿pesa más que cuando estaba vacío?


Ni que decir tiene que me quedé pasmado del entusiasmo o quizá entusiasmado con el embeleso que me produjo la preguntita. Ni tampoco que comencé en seguida con mi proceso automático de traducción: quizá haya querido preguntarme ¿La información pesa? Claro que, bien pensado, seguramente el chico no estará picando tan alto. Dudo mucho que sepa que hoy la información se considera como entropía, ya que, según la teoría de la información de Shannon, la entropía es la medida de la incertidumbre y la información reduce la incertidumbre y por tanto la entropía; y que, en este sentido, puede asemejarse con la energía (ya que la entropía se mide en unidades de energía/temperatura, Julios/Kelvin) y puesto que la masa de un sistema material no es mas que la cantidad total de energía que contiene m = E/c2 (según la relatividad, E = mc2) si ahora sabemos que la información es energía, entonces la información tiene masa, pesa.


Pero no debemos confundir aquello de lo que a mí me gustaría hablar con aquello que me están preguntando realmente. El chaval me habla de su MP3 y no de “la información”, así, en abstracto. Por consiguiente me está preguntando sobre el proceso de memorizar información y, concretamente, sobre el funcionamiento de la memoria “flash” de que está dotado su diabólico aparatito musical.


En efecto, hoy la práctica totalidad de los aparatitos de almacenamiento de información, de las “memorias” de que están dotados los grabadores-reproductores musicales, como los llamados MP3, los lápices de memoria o pendrives, las tarjetas de memoria de las cámaras fotográficas, etc., están dotados de este tipo de memorias flash. Estas memorias tienen enormes ventajas sobre todos los demás ingenios de almacenamiento que había hasta ahora: son diminutas, de muy escaso peso, no tienen partes móviles y se encapsulan de forma que son casi, casi, insensibles a los golpes y al agua, incluso funcionan dentro de un rango de temperaturas muy amplio. Y por si les faltara algo, son baratas, ¿hay quien dé más?

Una memoria flash es en esencia una enorme red de miles de millones de transistores microscópicos capaces de almacenar cargas eléctricas (electrones). Podemos hacernos un modelo mental muy sencillo si imaginamos una cuadrícula como un tablero de ajedrez (Fig. 1) con millones de casillas que pueden contener fichas, o no tenerlas. La que contiene una ficha podemos considerarla, bajo un punto de vista lógico, como un uno y las que están vacías como ceros. Así, traduciendo cualquier información a ceros y unos, mediante un código adecuado, podemos grabar en él cualquier información. Si usamos el código de compresión de audio denominado MP3 (de Moving Picture Experts Group, MPEG) lograríamos almacenar música. Así, en una matriz como la Fig. 1, podrían estar grabadas las primeras notas musicales de una melodía. Creo que conviene explicar que, aunque el nombre de “MP3” se refiere al código de encriptación, resultó tan exitoso que se generalizó para denominar a los grabadores-reproductores que lo utilizan.


No obstante, para acercarnos a la respuesta que buscamos será necesario que construyamos en nuestra mente un modelo ligeramente más complejo, porque los electrones son unos individuos muy nerviosos y no se comportan en absoluto como las fichas, que una vez colocadas en una casilla se quedan allí, obedientes, todo el tiempo que se les pida. Los electrones no se pueden encasillar, se mueven constantemente con rapidez inimaginable hasta el punto que pueden saltar de los átomos que los tienen atrapados, visitar otros átomos alejados y volver, mil millones de veces mientras yo os lo cuento. Para confinarlos en un lugar es necesario atraparlos con poderosos campos eléctricos.


Un modelo más aproximado seria imaginar que cada casilla de nuestro anterior tablero es en realidad una cajita completamente cerrada, como una caja de zapatos minúscula con su tapa. Cada cajita puede contener, o no, una bola, que en la realidad sería un electrón encarcelado. Cuando las memorias flash vienen del fabricante todas las cajitas tienen su bola, esto es, la memoria está completamente llena de electrones y, por tanto, no contiene información, está toda ella escrita con unos, así: 11111111… Para guardar en ella alguna información solo tenemos que sacar las bolitas de las cajas que se encuentran en el lugar de los ceros. Así, para guardar la letra “M” en esta memoria habría que eliminar cuatro bolas y escribir: 01011001 (si usamos el código ASCII de 8 bits). Para “borrar” la información bastaría volver a llenar todas las cajas de bolas.


Con esto la respuesta a la preguntita está resuelta. La memoria flash viene llena de electrones, pera grabar la música hay que eliminar electrones, por tanto la memoria “llena” de información musical pesa menos que cuando estaba “virgen”.


Este resultado puede comprobarse experimentalmente de forma muy sencilla, como manda la santa madre ciencia: Compre una memoria nueva y pésela en una balanza. Cárguela con música, fotos, textos o lo que se le ocurra, y pésela de nuevo. Si pesa menos, tengo razón, en caso contrario les habré tomado el pelo.


Eso sí, no les recomiendo que usen la balanza del cuarto de baño. Porque, ¿cómo cuánto menos pesaría el MP3 “lleno” de música? Tomemos como referencia una memoria de 1 GB (1 Giga Byte), esto es, que puede almacenar unos mil millones de palabras informáticas o Bytes (1 Byte está formado por 8 bits). Aunque hoy no lo parezca, 1 GB es una cantidad nada despreciable de memoria, téngase en cuenta que en 1 MB (1 Mega Byte) puede almacenarse una novela y en 1 GB se podría almacenar el contenido de una furgoneta cargada con mil novelas. 1 GB contiene 8·109 bits, o electrones, si hablamos de su contenido físico real. Como un electrón tiene una masa de 1,783·10-30 Kg, suponiendo que al grabar la memoria se eliminan aproximadamente la mitad de sus electrones, tendríamos que, 4·109 electrones · 1,783·10-30 kg/electrón = 7,132·10-21 Kg o lo que es lo mismo 7,783·10-15 mg, es decir, pesaría aproximadamente unos 0,000 000 000 000 008 miligramos menos. Por decirlo en román paladino, una memoria grabada pesaría unas 8 milésimas de una billonésima de miligramo menos que “vacía”. Por esto les recomendaba no utilizar la balanza del baño que tiene un error de ± 200 gramos. Tampoco les recomiendo tocar el aparatito con los dedos durante el experimento porque la grasa que estos dejarían sobre él pesaría miles de millones de veces más que aquello que queremos medir, y es que las moléculas de grasa son inmensas y pesadísimas.


¿Pero no decíamos que la información, como energía que es, pesa, tiene masa? Entonces al añadirle información a cualquier cacharrito, independientemente de su forma de funcionamiento, aumentaríamos su masa, ¿no? En efecto, esto es tan cierto como lo explicado, solo que el incremento de masa correspondiente a 1 GB de información no llegaría a la cien millonésima parte de la masa de un solo electrón, así que, aunque a fuer de rigor científico nos empeñásemos en tenerla en cuenta, ni se notaría el incremento.





Fig. 2 Memoria Flash
1.- Conector USB

2.- Microprocesador

3.- Puntos de prueba

4.- Memoria flash

5.- Reloj de cristal

6.- Lamparita LED

7.- Interruptor de seguridad

8.- Espacio para otra memoria

Un dispositivo MP3 tiene una estructura muy poco más complicada que esta.

29 de octubre de 2010

Una reflexión sobre los sindicatos



Lo que no logró la pasada huelga general del 29S, sentarme a reflexionar sobre los sindicatos, lo ha logrado hoy la muerte del dirigente sindical Marcelino Camacho; Secretario General de Comisiones Obreras desde su nacimiento, hombre de pro que, junto a Nicolás Redondo de UGT, desarrollaron el sindicalismo español en aquellos tiempos revueltos y peligrosos de la transición. Una época que hoy bien podemos ya considerar gloriosa para los sindicatos que hicieron de catalizador o más bien de reactivo en los cambios sociales profundos que nos llevaron de la España de la dictadura a la España europea, desarrollada y culta de la actualidad.

Los sindicatos, acompañados, es verdad, de una época de crecimiento y gran desarrollo económico en su conjunto, lograron que la clase trabajadora adquiriese unos derechos y unas remuneraciones como nunca antes habían tenido. Con la entrada de los socialistas en el poder los sindicatos se las prometían felices, pero todo fue una vana quimera, Felipe González se había encumbrado tan rápida y contundentemente que durante casi dos legislaturas prestó oídos sordos a las peticiones sindicales. Hasta que se unieron los dos sindicatos mayoritarios UGT y CCOO y convocaron la famosa huelga general del 14D. Con casi el 95% de seguimiento, España entera quedó en silencio aquel 14 de Diciembre del 88. Un silencio que se convirtió en vacío e hizo estallar los tímpanos del César y de toda su Cohorte y les obligó a descender de los cielos para sentarse a negociar. Todo un hito en la historia sindical.

Pero las cosas han cambiado, han cambiado mucho. La crisis actual viene para llevarse una buena parte del bienestar social adquirido en las décadas anteriores. Hemos pecado, todo el occidente lo ha hecho, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y ahora no queda otra alternativa que retroceder hasta encontrar tierra firme o hundirse. Sindicatos y patronal han fracasado en la búsqueda de un posicionamiento social nuevo, entre otras cosas porque los sindicatos no han estado dispuestos a admitir el coste político de un retroceso, conscientes, además, de que si no lo hacían ellos le tocaría la china al gobierno. Es un gobierno socialista, sí, pero al fin y al cabo Zapatero se desliza ya por el tobogán que las crisis ponen bajos los pies de los gobiernos.

La triste huelga del 29 de Septiembre no pasará a la historia por su seguimiento. La ciudadanía, visto lo que ha ocurrido en los países de nuestro entorno, ha aceptado resignadamente los recortes. Al contrario que los inconciliables franceses que van ya por la 9ª o 10ª huelga general en pocos días. La convocatoria de huelga ha sido cobarde, preparada meses antes para hacerla coincidir con otras europeas en busca de apoyo internacional, lo que denota la falta de credibilidad y de soporte ideológico de nuestros sindicatos. Ha sido una huelga hipócrita e innecesaria. Un intento burdo de salvar la cara protestando por algo inevitable y ya aprobado legalmente.

¿Qué fue de los poderosos sindicatos de antaño?

En el margen de tiempo que va de la transición al 29S (2010) la sociedad ha cambiado esencialmente. En su conjunto se ha enriquecido y el discurso del proletariado, anclado en la parte roja del espectro político, ha dejado de tener significado. La clase media se ha hecho todopoderosa y han aparecido nuevos colectivos de trabajadores como los pilotos, controladores, docentes, médicos, etc., en los que no encaja el flamear de banderas rojas. Esto ha hecho surgir una nube de pequeños sindicatos gremiales dispersos a los que es muy difícil agrupar para una acción común, como hemos visto en el 29S.

Dada la pequeña fuerza real de algunos de estos sindicatos han pasado de la huelga al chantaje social para lograr sus reivindicaciones, así el de controladores aéreos ha logrado, a base de fastidiar las vacaciones de millones de españoles, pasar de sueldos millonarios a multimillonarios. Acción que repugna admitir como un logro sindical y que ha contribuido poderosamente al desprestigio de la acción sindical. Bien es verdad que los sindicatos de clase no necesitaban de gran ayuda para desprestigiarse, lo han sabido hacer ellos solos con el establecimiento de figuras como los “liberados”, liberados de trabajar que no de cobrar, y que, pese a las honrosísimas excepciones que todos conocemos, han sido los responsables de que la sociedad identifique a los sindicatos con nidos de vagos. Y si a esto sumamos las generosas subvenciones estatales que los maniatan y su curiosa democracia interna que permite a sus líderes, una vez entronizados, competir con los Dioses del Olimpo en materia de eternidad, tendremos el retrato casi terminado.

¿Es posible arreglar este desbarajuste? Creo que es evidente que se necesita un nuevo orden sindical, más complejo, que sea capaz de agrupar los intereses de todos los trabajadores teniendo en cuenta lo general y lo particular, la clase y el gremio y que además se mantenga al margen del espectro político y cambie las ideologías por el pragmatismo.

¿Y es necesario arreglarlo? Por supuesto, mientras haya trabajadores y empresarios, sociedades anónimas o administraciones estatales, el trabajador será la parte más débil del sistema y necesita de la unión para defenderse.

21 de septiembre de 2010

Problemas de escolarización


Cada año, cuando se inicia el curso procuro no leer las notas de prensa sobre los incontables problemas de escolarización: peleas de padres, protestas, críticas a los colegios, denuncias de trucos y picarescas increíbles para lograr el acceso a los colegios favoritos. Es algo que me irrita, me aflige, es uno de esos problemas de injusticia social soterrada con una solución más compleja de lo que aparenta.

Resulta imprescindible establecer unas normas para la escolarización porque de lo contrario los colegios “de moda” necesitarían tener quinientas aulas y mil profesores y todos los demás se quedarían vacíos. Por otra parte, en las grandes ciudades, los desplazamientos a las horas escolares producen atascos importantes que colapsan el tráfico y es imprescindible evitarlos escolarizando a los niños lo más cerca posible de sus domicilios. Esto es obvio, no admite discusión y si todos los colegios tuvieran un funcionamiento parejo no existiría el problema. La complicación surge cuando se constata que las diferencias en el funcionamiento, bienestar y rendimiento de los centros escolares son abismales.

En las grandes urbes existe una diferencia esencial entre los colegios e institutos del centro de la ciudad, ocupados mayoritariamente por alumnos que provienen de hogares cultos, y los de la periferia, ocupados por personas de origen humilde, inmigrantes y con frecuencia no hispano hablantes. No hace falta ser un experto en didáctica para comprender que un aula con chinos, árabes, africanos y españoles es literalmente imposible llevarla a un nivel de rendimiento escolar ni siquiera mediocremente aceptable. Y ante esta terrible realidad ¿qué pueden hacer unos padres cultos a los que haya tocado ese colegio por su zona de residencia?

En un país como el nuestro que se acogió a la visión socialista de la educación, junto a la mayoría de países europeos, donde no cabe imaginar el clasificar o “segregar” que dirían los pedagogos progresistas, a los alumnos por capacidad, esfuerzo, conocimiento, actitud, etc., este es un problema sin solución, por más parches que se le intente poner con clases de apoyo y de refuerzo. Y el resultado final es el que tenemos: un rendimiento escolar que, si ya era bajo antes, ahora ha descendido a los infiernos desde la llegada masiva de inmigrantes. Es muy inferior este problema en los países que no han sido inundados por la emigración y menos aún en aquellos que no aceptaron la visión socializadora de la enseñanza, como Alemania, donde los niños son orientados hacia diferentes destinos escolares desde la muy temprana edad de 11 años, siguiendo criterios de exigencia, esfuerzo y mérito académico.

Este modelo socializador basado en la idea de que una sociedad más igualitaria solo puede lograrse mediante una educación igual para todos, que impera en la casi totalidad del mundo occidental, está comenzando a hacer aguas por todas partes, por más razonable que parezca. Los rendimientos escolares han descendido en general sin que parezca que nadie haya encontrado el modo de solucionarlos. Y este es un problema de magnitud supranacional, yo diría que del mundo occidental, cuya resolución no parece que tenga buenas perspectivas ni siquiera a medio plazo.

Pero ocurre que, en la práctica, hay colegios que, orillando la ley, se las arreglan para minimizar el efecto de la inmigración y para establecer criterios de exigencia, mérito y esfuerzo en la progresión de sus alumnos. Y son estas las plazas por las que batallan los padres.

Además hay un número nada despreciable de otros colegios que por razones particulares de mala dirección, grupos de profesores desalentados y desmotivados, amén de otros problemas peculiares, funcionan muy por debajo del nivel medio. Y es de aquí de donde los padres huyen despavoridos. Pero es también aquí donde pueden resolverse los problemas si los padres se lo tomaran en serio. El gran poder que la legislación actual otorga al Consejo Escolar, formado por padres, profesores y alumnos, que incluso nombra al director del establecimiento escolar, hace de éste un órgano ideal para luchar eficientemente por el buen gobierno del centro, y esto sin contar con que si las instituciones no funcionan está la prensa y la calle para gritar y exigir el derecho a una buena educación.

Lo malo es que para lograr estos resultados es imprescindible un cambio de actitud social que se me antoja utópico: sacar a la gente de su estado contemplativo-televisivo-catatónico y transformarla en activa, no permisiva y participativa.

¿Piensa usted que esto es posible?

20 de julio de 2010

La frontera entre el derecho de huelga y el chantaje social


Los humanos somos muy dados a establecer clasificaciones, parece un método eficiente para organizar el conocimiento pero, por desgracia, esta táctica no tiene establecido un modo práctico para colocar con precisión la barrera entre los conjuntos a separar y en este intento solemos naufragar.

¿Dónde terminan exactamente mis derechos y comienzan los de mi vecino?

El derecho a la huelga quedó legalmente establecido hace ya mucho tiempo y hoy se encuentra tan asentado en nuestra cultura que nadie se atreve a ponerlo en duda como un derecho inalienable al que cualquier estamento social, sin importar su clase o naturaleza, pueda acogerse. Sin embargo, en nuestra actual sociedad del bienestar hay momentos en que este derecho nos lleva a incertidumbres bien fundadas. De hecho ya hay precedentes formales de restricciones como las que impuso el Tribunal de Justicia de Luxemburgo en el año 2007 (en el famoso caso Viking) donde el Alto Tribunal admitía que aunque el derecho de huelga forma parte del derecho Comunitario como un derecho fundamental, su ejercicio puede ser sometido a ciertas restricciones cuando se ponen en peligro otros derechos fundamentales. En aquella sentencia se refería al derecho al libre establecimiento de las empresas dentro de la Unión Europea, ahora estamos hablando del derecho de libre circulación de los ciudadanos.

Basta esperar a la llegada de cualquier periodo vacacional, navidades, verano, para tropezarnos con pequeños grupos bien valorados, incluso admirados socialmente, aunque solo sea por los desvergonzados sueldos que perciben que, a cambio de obtener unas monedas más y amparados por sus propios sindicatos, no tienen el menor empacho en malograr el merecido descanso vacacional de millones de ciudadanos cuyo nivel de vida, en general, está muy por debajo del suyo.

¿A estas acciones se las debe incluir en el cajón de las huelgas laborales o habrá que ponerlas en el de los chantajes sociales?

Para dirimir tan peliaguda tesitura sospecho que tendríamos que comenzar por las raíces. ¿Cuáles fueron las razones que impulsaron a la sociedad a admitir la huelga como un derecho? Sospecho que no será necesario recurrir a la precisión de las enciclopedias ni a los tratados de derecho del trabajo para entender que se trataba de salvaguardar el derecho a la vida digna, a no ser pisoteados por las empresas, por los grandes y pequeños empresarios quienes, ocupados en su lucro personal, no se acordaron de considerar la dignidad de sus empleados.

¿Dónde quedan estos principios cuando los huelguistas son los pilotos de aviación civil o los controladores aéreos, cuyos impúdicos salarios se sitúan en el mismo nivel de las nubes donde trabajan? Estamos hablando, según he oído, de unos 170.000 euritos anuales de media (unos 29 millones de pesetas). Logrados, no por la dificultad extrema de su trabajo, sino por la reiterada práctica del chantaje social, año tras año.

Hace falta tener muy escaso pudor moral para que unos cientos de estos millonarios decidan frustrar y privar de su derecho a la movilidad y al descanso a millones de personas, a cambio de incrementar su bolsa en unos eurillos extras.

La situación se hace más sangrante cuando uno se pregunta, ¿hasta cuanto de difícil es la profesión de la que hablamos?

Yo recuerdo, en mis años mozos, el detenerme en Puerta Real, el centro de mi querida Granada, a contemplar la increíble eficacia del guardia de tráfico que, situado en la encrucijada de 6 calles de intenso tráfico y armado de un silbato y dos grandes guantes blancos, lograba, con arte y estilo torero, que decenas de coches circularan sin problemas. ¡Hay! ¡Entonces aún no se habían inventado los torpes semáforos!

Pues cambien ustedes el silbato por una emisora de radio, los guantes por unos radares y los coches por aviones y tendremos un controlador aéreo.

Me pregunto con nostalgia cuánto cobrarían aquellos guardias y cuantas veces en sus vidas irían a la huelga. Claro que quizá no haya que santificarlos, como nos gusta hacer con todo lo pasado, es posible que ellos no fueran conscientes de la capacidad de chantaje social de que disponían. Su huelga hubiera paralizado la ciudad. Pero también es posible que, precisamente por eso, porque conocían la gran responsabilidad de su trabajo, nunca se atrevieron ni a planteárselo.


No quedaría completa esta reflexión si no nos preguntamos a su vez cuál debe ser la responsabilidad del gobierno de una nación para salvaguardar los derechos esenciales de los ciudadanos, como la movilidad, en el caso que nos ocupa.

A mi modo de ver hay dos campos claros de actuación. El primero, por más rápido, sería disponer de refuerzos de técnicos de estas especialidades conflictivas para casos de emergencia. Y el manantial de estos técnicos podría estar en el ejército. Por fortuna, desde que Rusia se ha convertido en un apetecido lugar para pasar las vacaciones, ya no necesitamos a un ejército para salvarnos del malvado ejército rojo y, con la liberación de responsabilidades que esto implica, el ejército podría cambiarlas por las de salvaguardar los derechos de la sociedad frente a pequeños grupos extorsionadores.

La otra vía de actuación gubernamental, que no excluye la primera, sería la típica del gobierno: legislar.


Legíslese el derecho de huelga de manera que sea fácilmente distinguible del chantaje social y de modo que los derechos básicos del resto de los ciudadanos no se puedan poner en peligro.

18 de mayo de 2010

Seriedad en la Enseñanza


Acabamos de experimentar un ajuste dramático en nuestra economía, la rebaja de los salarios de los funcionarios y la congelación de las pensiones, y me ha llamado la atención que casi la totalidad de analistas económicos y políticos han considerado el hecho como un acto de seriedad política. Un acto que ya se produjo, en mayor o menor medida, en otros países más serios que el nuestro, por eso no llegaron a poner en peligro al euro ni al resto de Europa, como hemos hecho nosotros y como ya hiciera Grecia de forma traumática.

Y pienso que de “seriedad” estamos muy necesitados en otros muchos estamentos de nuestra sociedad, por ejemplo, en la enseñanza.

Nos quejamos con frecuencia de los vanos resultados de nuestros esfuerzos en la enseñanza, cercanos a lo desastroso. Pero seguimos la senda fácil de culpar a los políticos y, en todo caso, cando nos esforzamos por hacer un análisis menos trivial recurrimos a la segunda solución mágica: hace falta más dinero para la enseñanza.

Con estos mimbres hacemos maravillosas cestas, como dotar a cada alumno de un ordenador portátil cuando los profesores, no solo no tienen uno propio en el centro, sino que un elevado número de ellos ni siquiera tienen correo electrónico porque ignoran cómo funciona.

La enseñanza, como tantos otros sectores en nuestro país, está inmersa en una especia de folclore tan jocoso como lamentable. Algunos males le vienen de fuera, del sector político. Dice Savater que el tempus de la enseñanza es ajeno al tiempo político. Así, mientras una reforma en la enseñanza se deja sentir en la sociedad 20 o 25 años después, los políticos no se mantienen en el poder más allá de 4 a 8 años. Es por esto que los problemas de la enseñanza les son ajenos y solo se acuerdan de ella para sus campañas electorales.

Pero también tiene enemigos dentro, en realidad cada nivel de enseñanza tiene sus enemigos específicos, aunque también los haya generales. Como profesor de secundaria me voy a ocupar de este nivel que me es bien conocido y me centraré en el gobierno de los centros.

Muchas veces me he preguntado ¿cómo es posible que los institutos, dotados de un profesorado que ha sido capaz de superar una durísima oposición pública, puedan funcionar, en general, peor que los centros privados, dotados con los profesores que no sacaron las oposiciones o que no quisieron someterse a la prueba? Y nunca encontré otra respuesta que la propia organización del centro, cuyo efecto sobre el conjunto supera con creces el teórico handicap que podría suponer el profesorado.

Pido disculpas a mis posibles lectores por entrar a saco y sin comedimiento alguno en el tema, pero es mi intención coger el toro por los cuernos, con todas sus consecuencias, y para ello creo que no debo caer en las mojigaterías necesarias para hacer mi discurso políticamente correcto.

Los directores de los privados tienen todos los poderes necesarios para gobernar sus centros. Pueden controlar la programación de cada asignatura y su aplicación real con sus resultados en los alumnos, así como la disciplina, tanto de alumnos como de profesores. Pueden incluso despedir a un profesor conflictivo o de bajo rendimiento y contratar a otro.

Todo esto es absolutamente impensable en un instituto. En ellos, el director es un elemento tan decorativo como un jarrón chino. Lo eligen los propios profesores, porque los institutos son muy democráticos. Y en caso de que “se porte mal”, pues no lo vuelven a elegir; lo que viene a ser así en la práctica, pese al Consejo Escolar. La Inspección, por su parte, hace ya mucho tiempo que pasó a tareas estrictamente burocráticas.

Nadie controla el cumplimiento de la programación de las asignaturas y mucho menos la eficacia real con que se ha impartido. Un profesor puede permitirse el lujo de pasarse un mes explicando su tema favorito y al final de curso dejar sin explicar el 20% o más de su propia programación. Si un profesor no trabaja adecuadamente en clase, nadie puede controlarlo y mucho menos sancionarlo. El síndrome del profesor-señorito, que se molesta si alguien supervisa su trabajo, e incluso el del funcionario-españolito, que supone que haber superado una oposición le da derecho a un sueldo de por vida, se decida o no a trabajar, son desgracias que, en mayor o menor medida, todos hemos conocido en alguna ocasión.

El milagro de que los institutos suelan funcionar con cierta normalidad creo que se debe a dos circunstancias: La gran calidad humana de los vocacionales de la enseñanza en general, y la “presión social” que el propio alumnado ejerce con su indisciplina, sus burlas y su rebeldía, sobre los profesores que no cumplen.

Pero ¿qué pasaría si a los directores se les otorgaran los poderes necesarios para el correcto gobierno de los centros? ¿Qué pasaría si introdujéramos el concepto de seriedad en los centros públicos de enseñanza?

Sospecho que tras un funcionamiento correcto de la rutina diaria, imponer el respeto y los demás valores esenciales como el esfuerzo, la excelencia y el rendimiento, sería bastante fácil. Y la transmisión de estos valores al alumnado vendría dada por añadidura, puesto que se contagian con el ejemplo, como es prímor legem en educación.

Y no digamos si alguna vez lográsemos, como los finlandeses, que la enseñanza se independice lo suficiente de los políticos como para que sus planes y sus continuos cambios adaptativos, quedaran en manos de profesionales de la enseñanza sin otros fines que los educativos, en lugar de hacerlo los políticos con fines electorales.


Manuel Reyes Camacho

6 de abril de 2010

La educación en el siglo XXI

Fernando Savater

Parece que, por fortuna, en la actualidad hay una inquietud generalizada por la enseñanza, cosa que hasta hace poco no ocurría. Nuestra sociedad siempre ha pensado que la educación era cosa del estado. Pero hoy parece que la ciudadanía se ha hecho más consciente de que la educación no es un tema que preocupe a los políticos.

El tiempo de la educación no es el tiempo de los políticos. Una reforma educativa tiene su efecto en la sociedad al cabo de 15 o 20 años y para esas fechas ninguno de los políticos actuales estará en el poder. 15 o 20 años para un político es como 2 siglos para cualquiera de nosotros. La educación tiene un tempo que escapa del interés político.

Por otra parte es evidente que la crisis que actualmente padecemos no puede resolverse de ninguna manera mediante medidas educativas. Como no es menos evidente que la crisis la están padeciendo en mayor medida aquellos estamentos sociales de más bajo nivel educativo. De las gentes sin estudios están parados el 85%, y este porcentaje baja drásticamente a medida que el nivel de estudios sube. Esto nos dice que las medidas educativas que podamos tomar hoy podrán influir en otra futura crisis, pero está claro que no en la de ahora.

Esta es una visión pragmática de la educación, algo que hoy se utiliza con frecuencia y que es conveniente manejar de forma cuidadosa. El informe PISA es otro ejemplo de pragmatismo en la enseñanza, que tiene la gran ventaja de que pueden tomarse aspectos fácilmente cuantificables y así poder hacer comparaciones entre unos sistemas educativos y otros. Así cuando escuchamos que el informe PISA ha dado pobres resultados en gramática, ciencias o matemáticas para los alumnos españoles, estamos midiendo aspectos medibles, pero poco esenciales en la educación.

La educación es el cultivo de la humanidad. El objetivo de la educación es formar personas cabales y buenos ciudadanos.

Naturalmente que para ser un buen ciudadano también es necesario tener una cultura, lo que implica adquirir una serie de conocimientos y habilidades que nos permitan desarrollar una profesión, pero esto es solo una parte del conjunto educativo.

En una democracia hemos de formar a todos para poder gobernar. La incompetencia que apreciamos en los políticos actuales es la incompetencia de la sociedad a la que pertenecen, es decir, la nuestra. Los políticos no son seres extraterrestres llegados de otra galaxia, sino personas de nuestro entorno. En una democracia, políticos somos todos. Aristóteles decía: “Antes de gobernar tendrás que haber sido gobernado”.

Todas las democracias actuales viven con el temor de la influencia de los ignorantes. Los ignorantes tienen voz, y sus votos seguramente apoyarán medidas demagógicas y bloquearán medidas necesarias para mejorar pero que implican sacrificio. Bien es verdad que en las autocracias los gobernantes confían en la ignorancia de las gentes para perpetrarse en el poder.

La ignorancia a que nos referimos es la de aquellas personas que nos son capaces de argumentar ni de comprender argumentos, que no son capaces de expresar, de manera inteligible, sus demandas sociales a los demás, ni entender las demandas de otros. Las personas que no son capaces de persuadir, ni de ser persuadidos.

La primera ocupación de la enseñanza es crear personas capaces de persuadir y de ser persuadidos, lo que es imprescindible cuando se ha de vivir en sociedad. En nuestro país, en cambio, hay una especie de orgullo a ser impersuadible, impermeable. ¡Yo pienso igual que cuando tenía 17 años!, se jactan algunos “intelectuales”.

Una muestra de ello es la oposición visceral que la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que se imparte en toda Europa, ha tenido en ciertos sectores. Una asignatura que pretende transmitir valores sociales. El problema es que aquí existe la creencia de que los valores han de transmitirlos los padres y esto es un error. Yo vengo de una parte de España donde a muchos padres les parece estupendo que sus hijos sean terroristas. Pero los maestros deben enseñar otros valores que garanticen la convivencia y la tolerancia.

El problema surge también por el reparo de que "educar es adoctrinar". Lo que es cierto, puesto que toda educación en valores supone admitir que unos valores son mejores que otros, y que hay formas de vida preferibles a otras.

Hay valores que son imprescindibles para vivir en sociedad. Son valores laicos, no contrarios a las religiones, sino que colocan a la religión como un derecho, no como un deber de nadie; y que no intentan convertir los “pecados” en delitos. Y estos valores han de transmitirse en las dos etapas fundamentales en cuanto a su poder educativo: la primaria y la secundaria. Lo que se hace en la universidad se llama “educación” por extensión, pero en la universidad no se educa: se enseña, se instruye.

En una sociedad democrática toda la educación es pública, porque la educación es una cuestión social, no familiar (como era la educación de los nobles en los siglos XVII o XVIII).

Por cierto que, en la educación actual es preciso que la sociedad respalde a los maestros y educadores en general. Porque los niños son forzados a aprender cosas que ellos no saben que son útiles, por eso la educación tiene un punto de coacción. Pero además hay un elemento de frustración. El educador frustra expectativas del alumno porque ha de optar por unas cuantas posibilidades entre muchas y eso contraría, frustra e incluso despierta una cierta antipatía del alumno.

Los profesores, como los padres, son siempre mucho mayores que sus alumnos e hijos, por tanto no puede haber entre ellos una complicidad de “amiguetes”. Es una verdadera pena que un padre se considere el “amigo” de su hijo, porque el niño tendrá la oportunidad de tener muchos amigos de su edad, lo que no podrá tener, en este caso, es la oportunidad de tener un padre. Y lo mismo es aplicable a los profesores que, por desgracia, suelen caer en la tentación de convertirse en amiguetes o en animadores socioculturales de sus alumnos, quienes, de este modo, pierden la oportunidad de tener un profesor.

Ese entusiasmo que hoy existe por la espontaneidad no debería afectar al miramiento y el respeto que debe imperar en ciertas relaciones y en ciertos momentos. Este es uno de los errores sociales más importantes y digno de estudio; más que otros muchos que afectan a la enseñanza.




NOTAS: La intención que Fernando Savater manifestó en el inicio de esta conferencia no es otra que plantear una serie de cuestiones que él considera básicas en la enseñanza para provocar un debate posterior.

La conferencia se pronunció en Granada el 19 de Marzo de 2010, en el salón de actos de Los Hermanos Maristas; y ha sido resumida y glosada por Manuel Reyes, quien es también es responsable de los subrayados.

29 de marzo de 2010

Laicismo, requisito de la democracia


Laicismo, requisito de la democracia

Fernando Savater

El mundo tiene diversos lenguajes y todos ellos forman parte de nuestra realidad, que es fisiológica, pero también simbólica, y es importante no mezclar ambas cosas.

La religión, como lenguaje, cambió su papel. En su origen, las religiones fueron un vínculo de unión entre la comunidad social, el orden cósmico, el pasado y el futuro, de modo que todo ello se coordinase en un todo comprensible. Con la modernidad esa función de incardinar todo nuestro saber ha quedado en manos de la ciencia y nuestra cultura en general. Hoy, la religión ha quedado relegada al orden privado, como una forma de coordinar a los individuos consigo mismos, para que interpreten su propia vida como un proceso que tiene un origen, un futuro y una relación con el mundo.

Estas funciones de las religiones no suponen ningún problema mientras no se mezclen con otras cosas de distinta naturaleza. Así, hay un registro de las verdades comunicativas, otro de las verdades de hecho, de las científicas, tecnológicas, etc., que no deben mezclarse. El problema surge cuando algunos “especialistas” pretenden hablar en nombre de Dios. Entonces se mezclan muchas cosas.

La existencia de Dios es dudosa, pero la de los eclesiásticos es desgraciadamente segura. El problema es que las religiones actúan sobre las personas generando actitudes muy diversas. Karl Marx decía que la religión es el opio del pueblo, pero yo no estoy muy seguro de ello porque el opio adormece y deja a la gente inoperante, más bien habría que decir que es la cocaína del pueblo porque incita a la gente, a veces, a la agresividad, incluso al odio. No voy a mencionar nombres. Pero yo me inclino a pensar que la religión actúa sobre las personas como el vino, que a unos sienta bien y a otros mal. Así a los que sienta bien con una copita se vuelven sociables, chistosos, el chico se atreve a coger la mano de su chica, etc. pero a quienes sienta mal se ponen patosos o agresivos. Con la religión pasa algo similar; hay a quienes sienta bien y se ponen a cuidar enfermos, o ancianos, o a realizar cualesquiera otras funciones sociales encomiables, y lo hacen con alegría y cordialidad. En cambio a otros la religión los convierte en vigilantes o inquisidores u otros papeles desagradables.


Más allá de estas aventuras sicológicas hay que establecer que: el Estado, para que funcione, ha de hacerlo como una sociedad laica que solo tiene que asumir obligatoriamente unas leyes, creadas y pactadas por nosotros mismos. En una democracia, lo único obligatorio son las leyes que nos hemos dado a nosotros mismos. Lo demás es voluntario.

El tema de la libertad de conciencia tiene un límite que es la realidad.

Tiene sentido hablar de libertad de conciencia respecto al sentido de la vida, porque nadie sabe cuál es. Pero no puede haber libertad de conciencia respecto a las leyes de la gravedad. No hay libertad de conciencia frente a las leyes naturales. Se cuenta de un cantante famoso que sacó a bailar a una voluminosa dama quien, a los pocos pasos, cayó estrepitosamente al suelo y el cantante le dijo:

- ¡Hay madame, la ley de la gravedad es muy dura, pero es la ley!

Hay un campo en el que la libertad de conciencia es posible y otro en el que la realidad impone unas pautas inapelables.

Pero, ¿hay libertad de conciencia con respecto a los derechos humanos? Este es otro lugar donde surgen problemas. En una conferencia que di sobre este tema, en el coloquio, un joven estudiante me preguntó:

- ¿Y el derecho humano a no respetar los derechos humanos?

Hay un campo, el de los valores, que no se corresponde con el de las verdades científicas que pueden observarse y experimentarse, ni a los parámetros del sentido de la vida. Las opiniones de los religiosos en este campo suelen ser controvertidas y no tienen objetividad en el tratamiento de estos problemas, depende de la interpretación que hagan de sus libros sagrados. Recordarán ustedes que hace unos años, el imán de Benalmádena editó un libro en el que se explicaba cómo había que “zurrar a la parienta”. Fue acusado por ello y el juez que se encargó del caso, siguiendo una afición, al parecer predilecta, de muchos jueces españoles de escandalizar al ciudadano, hizo venir a una serie de expertos coránicos para que dijesen si el Corán decía esto, o no lo decía. Pero, ¿qué nos importa a nosotros lo que diga el Corán? También la Biblia dice que hay que lapidar a las adúlteras y a los sodomitas y, no obstante, si lo hacemos nos meten en la cárcel.

Hay un momento en que las interpretaciones religiosas tropiezan con las leyes laicas, y cuando esto ocurre, las leyes laicas han de estar siempre por encima de las interpretaciones religiosas, en eso consiste el laicismo de la sociedad.

En una sociedad laica tenemos que defender una serie de valores inteligibles para nosotros y que, aunque no puedan basarse en realidades objetivas, científicas, deben hacerlo en realidades subjetivas, como son los derechos humanos, que si pueden confrontarse como la realidad subjetiva del ideal de sociedad que queremos. He pasado buena parte de mi vida intentando justificar por qué pueden defenderse los derechos humanos como esa realidad subjetiva y creo que puedo hacerlo. En cambio no hay forma de justificar por qué no puede comerse carne los viernes, o si hay que usar el burka, o qué parte de la anatomía humana es lícito mostrar y cual no. Todo esto pertenece realmente al campo de las supersticiones.

La sociedad, además, debe estar amparada en una libertad de conciencia. Esa libertad de conciencia que hoy nos parece tan obvia es, en cambio, el principio más reiteradamente condenado por la iglesia católica. Podríamos decir que desde el siglo XVIII en que se creó la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano por la Asamblea francesa y que fue condenada por el papa Pío VI en su Breve “Quod aliquantulum” ha sido reiterada y sistemáticamente condenada hasta el Concilio Vaticano II. De hecho aún hoy el Estado Vaticano no ha firmado el Pacto Internacional por el que habría de comprometerse legalmente al cumplimiento de la Declaración de Derechos Humanos.

La libertad de conciencia consiste en que las ideas sobre el orden cósmico, los valores, el sentido de la vida, etc., son un derecho de cada cual. A diferencia de lo que piensan las religiones que imponen y obligan a aceptar sus propias interpretaciones.

Hoy podemos observar cómo históricamente las religiones a medida que han ido perdiendo fuerza han ido ganando en tolerancia. No se han vuelto más racionales porque hayan madurado, sino porque se han debilitado sus capacidades políticas. Todos los mayores recordamos cómo en tiempos de Franco, sin ir más lejos, era la Iglesia Católica la que dominaba el sistema educativo. En cambio hoy, con la democracia, esa misma Iglesia defiende la libertad de enseñanza, pero no porque hayan cambiado su ideario, sino porque les conviene, porque es el modo de mantener sus colegios religiosos con el dinero del estado.


El tema de la educación es de los más problemáticos. Como maestro, como profesor, uno puede tener problemas o escrúpulos por enseñar cosas falsas, no en el mundo de los valores, sino en el de los hechos. Como enseñar que Dios hizo el mundo en 7 días o que creó a los animales tal y como los vemos hoy, etc., puesto que sabemos que esto es objetivamente falso. Los educadores tenemos un compromiso con la verdad. Verdad que, naturalmente, depende de nuestra época y de los conocimientos disponibles en ella.

No nos parece razonable que se condiciones a los niños pequeños en unas determinadas creencias religiosas. Ni religiosas ni de ningún otro tipo. Como no es razonable que cuando nazca el niño lo inscribamos como socio del Baça o del Madrid, ¿y si de mayor no le gusta el fútbol? El problema es que, por desgracia, la religión es una especie de enfermedad hereditaria. Richard Dawkings, en ese famoso libro “El Espejismo de Dios”, nos cuento cómo si en una ilustración de cualquier libro vemos una foto de unos niños jugando en la calle y, debajo, un pie en el que se lee: “Un niño cristiano, un niño musulmán y uno judío, jugando alegremente…” , a nadie extrañaría el comentario. Pero imagínense que en el pié se leyera: “Un niño marxista, un niño liberal y un niño estructuralista, jugando alegremente…” Todo el mundo se escandalizaría por el disparate. ¿Pero cuál es la diferencia, acaso el niño entiende una u otra cosa? El niño tiene derecho a decidir cuando sea mayor sus aficiones y sus creencias. A Cristo lo bautizaron cuando era mayorcito y plenamente consciente de lo que hacía, ¿por qué hemos de bautizar ahora a los niños al nacer?

Los padres no tienen el derecho ideológico de pernada sobre sus hijos. Los niños no son propiedad de sus padres. No hay que etiquetar a los niños. La religión no debe estar en la enseñanza pública. Como tampoco es verdad que deban ser los padres los que transmitan los valores a los niños. Hablamos de valores cívicos, no familiares, y esto nos competen a toda la sociedad y, por tanto, es la escuela quién tiene que encargarse de ello.

Es como si en una familia de antropófagos los padres transmiten a su hijo que la antropofagia es una variedad gastronómica como otra cualquiera. Bueno, a mi no me preocuparía el caso en absoluto, mientras el niño no haya terminado con su familia y salga a la calle a ampliar el menú.

Los padres si que pueden hacer conocer a sus hijos sus ideas. Y la sociedad tiene la obligación de hacer conocer al niño que hay otras ideas sustentadas por otras personas. El niño deberá elegir, cuando tenga la madurez y el conocimiento adecuados.


Todo esto que hemos venido comentando es el laicismo. Y conste que ser laicista no tiene nada que ver con que uno sea o no religioso. Se puede ser religioso y ser laicista. Algunos filósofos piensan que el laicismo es una forma de organización social, puesto que solo tiene que ver con sus comportamientos prácticos. No es ninguna cruzada, es solo una larga lucha en la que hay unos principios que defender razonablemente.





NOTA: Esto es una síntesis de la conferencia que Fernando Savater impartió en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias de Granada el 25 de Noviembre de 2009, realizada por Manuel Reyes.

27 de marzo de 2010

Escépticos ante el progreso




La noción de progreso arranca del siglo XVIII y no es sino una visión laica del concepto de Providencia Divina, que también ha evolucionado con el tiempo. En sus orígenes el Paraíso lo teníamos detrás, era el sitio de donde veníamos y cada vez estábamos más alejados de él. Ahora el Paraíso es el lugar a donde nos dirigimos, caminamos hacia el Paraíso.

Fue el marqués de Condorcet, en tiempos de la Revolución Francesa quien hizo un primer tratamiento del concepto de progreso, en su obra “El esquema de los progresos del espíritu humano” que es un canto al progreso de la humanidad, pese a que su vida evolucionó en sentido contrario hasta morir en la cárcel.

La idea de progreso es antiintuitiva, solemos pensar que todo progresa, mientras nosotros caminamos hacia la decadencia de nuestros cuerpos y no apreciamos realmente mejora en nuestro entorno. Es como las grandes ideas religiosas.

El progreso, como idea, suele estar alineado con un cierto automatismo y una actitud de vagancia hacia la vida, lo que se muestra en una versión optimista (el progreso es automático, llegará él solo, basta sentarse y esperar) y otra pesimista (esto no tiene remedio, nadie lo arreglará jamás, caminamos hacia el abismo, no hay nada que hacer sino sentarse y esperar). En la historia y la literatura hay numerosos ejemplos de ambas posturas. Desde Karl Popper que decía haber vivido en la época más próspera de la humanidad (segunda mitad del siglo XX) hasta la milonga argentina que dice: Muchas veces la esperanza son ganas de descansar.

Es preciso despojar a la idea de progreso de estos aditamentos de automatismo y vagancia y aceptar que no cambia nada sin nuestra intervención activa.

Hoy, el progreso científico y tecnológico es evidente y se ha producido tan rápidamente que incluso nos aturde por los continuados cambios en nuestro quehacer cotidiano. Tanto que nos hace dudar de nuestro futuro inmediato. Consecuencia de ello es que cuando hoy se habla de progreso no suele hacerse referencia a éste sino más bien al sentido humano en su aspecto moral. Y en este sentido moral, la historia del pasado siglo XX con sus terribles guerras, “Guantánamos”, etc., no ha sido precisamente edificante. Hoy nos causa pudor afirmar que esta época ha sido la mejor.

Progresus: lo que va avanzando hacia lo que esperamos, hacia lo deseable.

Hasta hace poco tiempo podíamos afirmar que:
Progreso = movimiento + certidumbre.

Hoy, en cambio,
Progreso = movimiento + incertidumbre.

Porque las cosas cambian tan deprisa que tememos por nuestro futuro inmediato.

No obstante, no hay que olvidar que el progreso es solo una idea y, como tal, será lo que nosotros queramos que sea.

Llegados a este punto cabe preguntarse, ¿pero realmente ha habido en la modernidad cambios importantes, en este sentido humano del término?

Para Fernando Savater hay ciertamente dos cambios revolucionarios:

- La igualación de la mujer en el trabajo, en la sociedad, en los cargos públicos, etc.
- La seguridad social.

La primera es incuestionable, pero también ésta última es una gran revolución. A ninguno de los grandes pensadores de la antigüedad, desde Aristóteles a Voltaire, se les ocurrió pensar que los seres humanos tenemos obligaciones de ayuda ante los demás, como la asistencia médica, ayuda económica ante el paro, la vejez, etc.


Son por tanto muchas las cosas que se han hecho y muchos los grandes problemas resueltos, tanto en el terreno tecnológico como en el humano, pero ¿por qué, entonces, no nos sentimos satisfechos?

Quizá porque somos como la princesa del cuento que dormía sobre doce colchones y un día algún malvado colocó un guisante bajo el último colchón lo que ocasionó que la pobrecita no pudiera pegar ojo en toda la noche.

Cuanto menos mal hay, más malo es el mal que hay.

Al bien y al mal les pasa como al dinero o a los alimentos, que cuanto más escasean mayor valor e importancia tiene lo poco que tenemos. Así la seguridad social (que ha resuelto un inmenso problema) se nos presenta como algo burgués, insoportable, por las colas que hay que hacer, e insufrible por las esperas. Del mismo modo que si se nos para Internet o deja de funcionar el móvil ya estamos comparando a Nokia o Vodafone con las dictaduras de Hitler o de Calígula.

Nunca estaremos reconciliados con el medio. Todo cambio resuelve ciertos problemas pero crea otros que, aun siendo menores, nos resultan insufribles. En la actualidad, a esto hay que añadir la incertidumbre.

¿Progresamos?, si, ¿pero hacia donde?



NOTA: Esto es una síntesis de la conferencia que Fernando Savater impartió en el patio circular del Palacio de Carlos V de Granada el 8 de Mayo de 2009, realizada por Manuel Reyes.

19 de enero de 2010

El Sáhara Occidental, o la desgracia de ser ricos.


Para ser ricos no basta poseer un tesoro, además es necesario tener el poder suficiente para conservarlo. Esto es lo que ocurrió al infortunado pueblo del Sáhara Occidental cuando en 1949 el geólogo español Manuel Alia Medina descubre los inmensos yacimientos de fosfatos de Bu Craa. Lo que entonces podía considerarse como un augurio de riquezas futuras se convirtió en una maldición para un pueblo que carecía de estructuras políticas y económicas. Desde entonces, una granizada incesante caería sobre el Sáhara Occidental.

En 1958 España se anexiona el Sáhara como una provincia más. Era lo menos que se podía hacer con un pueblo “hermano”.

En el 1975 Marruecos, apoyado por EEUU, que había tenido unas desavenencias con España por la explotación de los yacimientos de fosfatos de Bu Craa, invade el Sáhara “pacíficamente” con su famosa Marcha Verde para “apoyar al pueblo hermano saharaui” contra el colonizador español. En 1980, Marruecos comienza la construcción del muro que empieza aislando la zona norte donde se encuentra la mina y termina expulsando del territorio a los saharauis rebeldes. El muro tiene hoy 2 720 km y necesita para su defensa una imponente fuerza militar.

El resto de la triste historia creo que es medianamente conocida.

Pero, ¿por qué son tan importantes los fosfatos?
Cuando comenzaron a usarse los abonos de síntesis en forma masiva y universal, sobre mediados del siglo XX, crecieron de tal manera los alimentos que en menos de un siglo se pasó de mil a 6 000 millones de habitantes, en 1999. Y es que la población de seres vivos depende de la energía disponible y los vegetales son la base de la cadena alimentaria, léase energética.

Estamos habituados a las siglas NPK en los abonos, esto es, nitrógeno, fósforo (phosphorus), y potasio (kalium). Son los tres elementos fundamentales de que están compuestos los abonos. Las sales de nitrógeno las obtiene la industria química a partir del nitrógeno del aire y el hidrógeno de los hidrocarburos. El potasio, de sales de potasio como el cloruro potásico, bastante abundante. El fósforo se obtiene de los minerales fosfatados, fosfato cálcico principalmente, pero es escaso, hay muy pocos yacimientos importantes y se encuentra aún más irregularmente repartido que el petróleo.

Grandes productores de fosfatos sólo hay cuatro: Marruecos-Sáhara, China, Estados Unidos, y Sudáfrica. Y de todos ellos Marruecos-Sáhara es el mayor con unas reservas cercanas al 40 % del total mundial. Estados Unidos solo tiene un gran yacimiento en Florida y produce menos de lo que su agricultura e industria necesitan, así que importa lo que le falta de Marruecos. China no vende fosfatos, dedica los que tiene a su consumo interno. Sudáfrica solo tiene un 10 % de las reservas y su producción, comparada con Marruecos, es insignificante.

Con esto podemos concluir que si al yacimiento marroquí de Khouribga se añade el saharaui de Bu Craa, ambos de similar magnitud, se convierte en la “Arabia Saudí” de los fosfatos, acumulando unas reservas totales de 5 700 Mt (millones de toneladas) y, con capacidad para imponer precios al mercado. En el 2008 Marruecos se embolsó unas ganancias de más de 5 500 millones de euros de beneficios, teniendo en cuenta que, en la actualidad, Bu Craa solo funciona al 10 % de su capacidad productiva. Más o menos lo necesario para costear el gasto militar de mantenimiento del Muro del Sáhara.


El pico del fósforo

Los minerales fosfatados son, como el petróleo, un recurso no renovable. En la actualidad un gran número de pequeños y medianos yacimientos se han agotado o están cercanos. La producción real de fosfatos en los últimos años ha descendido, lo que podría indicar que el “peak phosphorus” se ha alcanzado ya o está próximo.



La producción anual -línea quebrada- sobre la curva de Gubert parece bastante convincente a este respecto, y el hecho de que el precio de la tonelada de fosfato haya pasado de 21 $/t en 1995, a 120 $/t en el 2008, más aún.

Hasta ahora solo nos habíamos preocupado por el pico del petróleo; los avisos sobre el agotamiento de las demás materias primas no renovables solo nos habían preocupado de lejos. Pero he aquí que el fósforo podría ser el siguiente en la lista de nuestros insomnios. Sin fósforo no hay cosechas y sin cosechas no hay alimentos, no hay bio-energía. No olvidemos que hoy somos 6 796 millones de personas, que necesitamos cada uno un gramo de fósforo al día, para lo que hemos de poner 22,5 kg de fosfatos en los suelos de cultivo al año, por persona.

Volvamos al desierto

Si el nivel de justicia internacional fuese el adecuado en nuestro mundo, el Sahara Occidental, con sus 90.000 habitantes, sería un país rico en la actualidad y riquísimo en unas décadas. En cambio sus pobladores han sido sometidos, o están en pié de guerra, asentados en campamentos como fugitivos en países vecinos, después de haber sido tiroteados, bombardeados y perseguidos.

España, mientras tanto, mira hacia otro lado. Desvergonzadamente, importa los fosfatos de Bu Craa, que paga a Marruecos. Pesca en las costas del Sáhara mediante un acuerdo pesquero entre la Unión Europea y Marruecos. Hasta hace unos meses, solo algunas organizaciones civiles internacionales, como la Western Sahara Resource Watch (WSRW), se dedica a investigar las naciones y empresas que comercian con los fosfatos de Bu Craa y los intentan disuadir con razonamientos éticos. Así han logrado algunos éxitos resonantes como la retirada de Noruega, con su empresa YARA. En cambio con la empresa de Huelva aún no han tenido éxito. Por fortuna, el nuevo partido político UPyD ha enarbolado la bandera de defensa de los derechos del pueblo saharaui y una prueba de ello ha sido la manifestación celebrada en pasado día 14 de Noviembre. Ojalá cunda el ejemplo a otros partidos y el gobierno se vea obligado a cambiar su indigna actitud actual.

De todos modos no nos parece que Marruecos vaya a soltar su presa fácilmente, basta echar un vistazo a su despliegue militar en el Sáhara. El camino requerirá buscar soluciones “diplomáticas” al conflicto. Mucho me temo que si los saharauis deciden ser independientes tendrá que ser a cambio de su tesoro, o de una buena parte de él.

1 de enero de 2010

La alianza educativa en Andalucía

Ha vuelto a aparecer en la prensa otra referencia a la “Alianza Educativa” por parte de nuestro flamante presidente de Andalucía, el Sr. Griñán y no puedo menos que mostrar mi perplejidad ante el término y mi curiosidad por el opaco y misterioso contenido del mismo. Ni Google ha sido capaz de sacarme de mi ignorancia.

De sobra conocemos la crítica situación de la enseñanza en todo el Estado. Tras haber sido utilizada por varios gobiernos como moneda de cambio con las autonomías ha quedado tan fragmentada y depauperada que ahora podemos enorgullecernos de tener cuatro sistemas educativos: el de las comunidades del PP, el de las comunidades PSOE, más el catalán y el vasco que van por libres. Un prodigio de pluralidad que hace de la movilidad geográfica de nuestros estudiantes un valle de lágrimas. Y de la igualdad ante la educación de los españoles, un hecho histórico, algo perteneciente al pasado.

Es por esto que cuando aparece alguna noticia sobre pactos o alianzas educativas saltamos de la silla para escuchar. Un gran pacto de todos los partidos, con el objetivo de que las leyes educativas no sean alteradas caprichosamente como consecuencia de la alternancia en el poder de unas fuerzas políticas u otras, estatales o autonómicas, es para todos nosotros como el maná en el desierto. Un arco político que entienda que la educación de nuestros hijos debe estar por encima, y al margen, de cualquier avatar político, sería una utopía, una quimera, un delirio.

¿Pero qué pacto o alianza educativa puede hacerse dentro de una autonomía? ¿Acaso el Sr. Griñán quiere pactar con el Sr. Arenas? ¿Y eso de qué serviría? El pacto educativo que necesitamos o es estatal o no servirá para nada. Arreglados estaríamos si ahora se hace un “pacto” diferente en cada autonomía.

No obstante en el periódico Granada Hoy, del pasado 9 de Mayo podíamos leer:

Griñán: "O forjamos una alianza en la Educación o ésta se nos va de las manos"

Y más adelante:

…esta alianza entre profesorados, alumnos, padres y administración.

Pero ¿cómo? ¿Profesores, alumnos, padres y administración estaban peleados? Pues no lo sabíamos, la verdad, ni lo sospechábamos, pese a que somos del gremio. Y, de verdad, en serio, ¿el Sr. Griñán ha tenido la inspiración arcangélica de que haciendo las paces entre estos estamentos, la educación en Andalucía (la peor de España, que, a su vez, es la peor de Europa) mejorará?

Uno nunca sabe, cuando escucha a estos grandes políticos, si le están tomando el pelo o está oyendo la voz del que clama en el desierto.

Manuel Reyes Camacho