Hoy toda España se duele por la
desaparición de un gran político, de un verdadero hombre de estado de esos que
ya no quedan. De esos que innovaron, crearon, organizaron y mantuvieron con
mano firme la palanca del gobierno, a veces desde el escenario, a veces entre
bambalinas, durante muchísimos años. El auténtico Maquiavelo del gobierno
español desde los 80 hasta hace poco.
No deseo exaltar sus méritos
políticos que están en todos los periódicos y noticiarios de estos días pero si
le debo una mención a algunos de los académicos. Profesor de química orgánica
de la Complutense, estuvo ligado a la educación en su primera etapa política
con Felipe González.
Creó la Ley de Reforma Universitaria (LRU), la Ley Orgánica
de Ordenación del Sistema Educativo (LOSE) y posteriormente la LOGSE (Ley de
Ordenación General del Sistema Educativo). De hecho todas las reformas
educativas de importancia que se han realizado en este país las hizo él. No
hemos vuelto a tener un ministro de educación que le llegue a la suela de sus
zapatos.
Yo le
conocí porque me entregó personalmente un premio a la innovación didáctica. Era
por entonces Secretario de Estado para la Educación. Al año siguiente sería
Ministro de Educación y Ciencia. Había ideado un “Programa de Nuevas
Tecnologías de la Información y la Comunicación” porque por aquellos años,
finales de los 80, estaba empezando a pegar con fuerza la informática y ya se
vislumbraba que iba a tener una gran relevancia en los sistemas educativos. Él
lo olfateó y montó este programa con un concurso nacional para incentivar al
profesorado a meter las manos en la masa informática y comenzar a crear
programas didácticos, pese a que en aquellas fechas en la mayoría de los
institutos ni siquiera había ordenadores.
Yo, por aquel entonces, estaba
metido en el ajo hasta las trancas porque años antes había iniciado la
enseñanza de la informática en mi instituto (pero de contrabando, por la
negativa de la Inspección de Enseñanza Media de Granada que, “no creyó que la
informática tendría interés para la enseñanza”). Las cosa habían comenzado a
serenarse y por aquellas fechas del concurso estaba yo montando un programa
para ayudar a los estudiantes a leer bien y deprisa, por aquello de mejorar la
eficiencia. Amplié y perfeccioné el programa y lo presenté al Ministerio con el
título de “Curso MOS de lectura rápida”. Y… no se lo creerán ustedes, pero me
dieron el 2º Premio Nacional a las Nuevas Tecnologías, 1991, dotado con 500.000
pesetillas del ala (hoy puede parecer una minucia pero en aquella época supuso
un bocado notable para mi hipoteca…). Y el premio me lo entregó en persona D.
Alfredo Pérez Rubalcaba, que si ya de antes me caía bien, desde entonces ni les
cuento.
Además
aquello me hizo famosillo en la época. Así, en los años siguientes, me convertí
en un referente de las innovaciones informáticas. Estuve de ponente en las “Primeras
Jornadas de Software educativo” del MEC, en Madrid, también fui ponente en el “8º
Congreso de Didáctica de la Física” de la UNED, y en un montoncito más de las
que ya ni me acuerdo. El caso es que aquél concurso del Ministerio, tan bien
dotado económicamente, despertó el interés de una pléyade de profesores en
todos los ámbitos educativos y los congresos, encuentros, jornadas informáticas,
etc., comenzaron a menudear por todas partes más que las minifaldas.
Y no quiero
dejar de mencionar también la relevancia internacional que tiene la innovación
que se realiza en nuestro país (cuando esto, insólitamente, ocurre). Unos años
más tarde, creo que hacia el 95, una noche, a eso de las 4 de la madrugada,
recibo una llamada telefónica. No necesito explicar el temblor con que cogí el
teléfono maliciando alguna desgracia familiar. Pues nada de eso, era un señor
que se presentó como el director de no recuerdo qué colegio de Caracas (era
evidente que este buen señor no había tenido en cuenta el salto horario, allí
serían las 10 de la mañana). Estaban usando mi programa en su colegio, la
edición que había publicado nuestro Ministerio, y habían encontrado un fallito
en el salto de una cierta respuesta. Habían llamado al Ministerio y le habían
dado mi teléfono. Me pedía si podía arreglarlo y mandarle la nueva versión del
programa... Me costó trabajo admitir que algo que habíamos hecho aquí, como de
andar por casa, estaba siendo utilizado incluso en Hispanoamérica apenas unos
años después.
Todas
estas historietas que os cuento no habrían acontecido si en España no
hubiéramos tenido la suerte de tener un gran hombre de estado como Rubalcaba,
que puso la educación en nuestro país a la altura de las mejores del mundo en
su época.
¡Qué pena que los españoles no
seamos capaces de ver los méritos de las grandes personalidades hasta que no se
mueren!
¡Descanse en paz, don Alfredo!
¡Descanse en paz, don Alfredo!
Manuel Reyes Camacho