1 de julio de 2011

No es lo nuclear, es la estupidez humana

Solo conocemos dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana.
De la primera, no estamos seguros.
Albert Einstein



Hablar de energía nuclear se ha convertido en un tabú, es como si en la Edad Media se hablara del diablo. Y han sido los ecologistas los que se han encargado de domonizar el tema. Aunque no pretendo con esta imputación criticar la buena labor de quienes, en el último cuarto del siglo XX, despertaron la conciencia social para conservar los equilibrios naturales. Pero sí denunciar que no todos los mensajes procedentes de esos variopintos grupos, con frecuencia incultos y malinformados, son acertados. Aportaré dos evidencias.

En primer lugar hay que explicar que la radiación nuclear, las reacciones nucleares, son tan “naturales” como el sol de una tibia mañana de primavera. Los ecologistas han generado la idea de que se trata de entes satánicos creados y manipulados por científicos inicuos. Muy al contrario, en la Naturaleza, todo es radioactivo. El Sol, como las demás estrellas, es una inmensa bola de hidrógeno en un proceso de fusión nuclear permanente. Por decirlo en Román paladino, es una “bomba” de hidrógeno explotando desde hace 5000 millones de años y que tiene reservas de combustible para otros tantos. Todo ser vivo que pulule en sus alrededores (en todo el sistema solar) morirá por efecto de su radiación letal. Entonces, ¿cómo es posible que para nosotros sea la fuente de la vida? ¡El Dios Sol! ¡Ra!

La atmósfera terrestre es una maravillosa burbuja de gases que detiene las partículas mortíferas que nos llegan del Sol provocando reacciones nucleares y transformando finalmente su tremenda energía en delicioso calorcito. Claro que no todo es tan idílico, cuando los núcleos de los abundantes átomos de nitrógeno son alcanzados por la constante lluvia de neutrones que origina la radiación solar, se convierten en Carbono-14, un isótopo radioactivo. Este C-14 se mezcla con el inofensivo C-12 y forman el CO2 que es asimilado por las plantas, quienes, de este modo, resultan radioactivas. Todos los humanos que comemos plantas y otros animalitos, que a su vez comen plantas, somos igualmente radioactivos, porque nos pasamos ese C-14 de unos a otros en los azúcares, proteínas, grasas... Los ecologistas, aunque a usted le cueste creerlo, son radioactivos; y no lo digo con ánimo de ofender. Y todo esto sin entrar en que la tierra que forma nuestro planeta es radioactiva porque toda ella contiene isótopos radioactivos de los más variados elementos químicos. Podemos concluir que la radioactividad es tan natural como el aroma de las rosas, aunque mucho más universal.

En segundo lugar, este fenómeno natural de la radioactividad, que fue un gran misterio para Madame Curie y otros de su época, no lo es ya para los científicos de hoy. Gracias al esfuerzo (y la propia vida) de los pioneros y sus sucesores, hoy sabemos mucho sobre las reacciones nucleares. No todo, pero al menos lo suficiente para haber logrado con ellas, desde armas terribles hasta la producción de la imprescindible energía eléctrica, pasando por toda clase de usos técnicos y clínicos de diagnóstico e incluso de cura. Sabemos cómo funciona y cómo puede tratarse para sus diversos usos sin que haya peligro en su manipulación. ¿Cómo se explica entonces que ocurran estas catástrofes nucleares que ponen en riesgo a millones de personas? Pues, aunque cueste creerlo, resulta lamentablemente simple; en la construcción, manipulación y emplazamiento de las centrales interviene un novedoso, aunque sempiterno, factor que hasta ahora no ha sido estudiado por la ciencia: la estupidez humana.
Habría que comenzar confesando que los primeros reactores no tuvieron otro objetivo que fabricar plutonio para construir un buen parque de bombas atómicas. Pero cuando el arsenal de Rusia, y de USA, fue suficiente para reventar el planeta cada uno por separado, los políticos comenzaron a caer en la cuenta de que posiblemente no fuera necesario seguir construyendo más bombas, ya que por muy malvado que fuese el enemigo nunca sería necesario, ni conveniente, usarlas todas. Así que se fue cambiando el objetivo de los reactores hacia la producción de energía eléctrica (lo que no implica que puedan dejar de seguir fabricando plutonio, que se almacena por miles de toneladas en bellas piscinas dentro de los mismos recintos del reactor). Es de justicia decir que, salvo los primeros reactores experimentales, todos aprovecharon la inmensa energía producida para generar energía eléctrica, al tiempo que así se disimulaba ante la población la verdadera finalidad del reactor. Hoy ya solamente los países emergentes como China, India, Pakistán, Corea del Norte e Irán (en tentativa de conato), están fabricando plutonio y construyendo bombas. Israel es un caso aparte porque seguramente tiene, tan solo, entre 200 y 500 pero es que se las han “prestado” sus amigos.

Otra evidencia de estupidez podemos encontrarla en la forma de construir, utilizar y emplazar los reactores. Por no alargarme solo comentaré los dos últimos accidentes más terribles.

El equipo que gobernaba el reactor de Chernóbil, un viejo reactor que no alcanzaba ni tan siquiera las condiciones de seguridad de su época, el 26 de Abril de 1986 tomó la decisión de experimentar sobre cuánto tiempo la turbina seguiría generando energía eléctrica después de cortar la corriente eléctrica al reactor principal. Como los mecanismos de seguridad no permitían semejante dislate, el equipo desconectó todos los sistemas de alarma y seguridad, incluyendo la refrigeración automática del núcleo y el ordenador principal. Ralentizaron la reacción en cadena del reactor. Pero la reacción bajó demasiado y para evitar que se apagase subieron manualmente algunas varillas de control. Pero se equivocaron y en lugar de dejar 30 abajo, que era el mínimo, dejaron solo 8. Como los sistemas de alarma estaban desconectados tardaron cuatro horas y media en darse cuenta de que algo no andaba bien. Fue entonces cuando intentaron dejar caer el resto de las varillas por gravedad con intención de detener la reacción, pero no cayeron porque el núcleo estaba ya tan caliente que se había deformado. Poco después el agua de refrigeración se descompuso formando una nube de hidrógeno que explotó pulverizando el edificio del reactor. El núcleo se fundió y la tragedia posterior ya la conocemos todos. Habría que añadir, como epitafio, que el conocimiento que se buscaba con el experimento ni sirvió, ni sirve, absolutamente para nada.

La central nuclear de Fukushima está situada en la playa y dispone de 6 reactores nucleares. El día 11 de Marzo pasado un tsunami destruyó los sistemas de refrigeración de 2 reactores y los generadores eléctricos de emergencia de 4. El corte de energía eléctrica impidió el funcionamiento normal de los sistemas automáticos de seguridad y control. La falta de refrigeración ocasionó la fusión de los núcleos de al menos los reactores 1, 2 y 3. La explosiones de hidrógeno subsiguientes han destruidos los edificios de contención de los reactores. Gases y aguas radioactivas escapan por todas partes. El descenso de agua en las piscinas está provocando el sobrecalentamiento de los restos uranio-plutonio de las descargas anteriores. La catástrofe sigue sin estar controlada ni se conoce con precisión su alcance. Pero seguramente el lector se estará preguntando, ¿y qué tiene de estúpido un tsunami? Yo le invito a examinar el mapa que adjunto al final donde se aprecia que las 20 centrales nucleares japonesas están construidas en las costas. ¿Si usted viviera en un país que tuvo que inventar la palabra tsunami para explicar al mundo lo que a ellos les sucede periódicamente, ¿se le ocurriría situar 54 reactores nucleares en las playas?

Para concluir me gustaría decir que las centrales nucleares, especialmente las modernas, son tan seguras como cualquier otra obra humana de alta tecnología y su utilización debería medirse de acuerdo a nuestras necesidades energéticas, no por los errores cometidos hasta ahora; eso si, exigiendo que sus sistemas de seguridad estén abalados por entidades técnico-científicas ajenas a las empresas de construcción y explotación.





Si se quiere conocer la política energética europea recomiendo este artículo del parlamentario Sosa Wagner: http://guindasenaguardiente.blogspot.com/2011/07/debate-sobre-energia-en-europa.html