¡Cuanto menos duermes, más comes!
Esta es una buena forma de comenzar un articulillo que pretende atraer la atención de gordos y barrigudos, como el que suscribe.
Durante el sueño nuestro cuerpo hace tal cantidad de funciones orgánicas que cuesta trabajo creerlo. Este es un nuevo capítulo de la neurociencia que avanza más deprisa que la velocidad con que van llegando a nosotros sus resultados.
¿Cómo es posible que dormir más o menos esté relacionado con tener más o menos apetito?
Hoy sabemos que el apetito está regulado fundamentalmente por dos hormonas: la leptina y la ghrelina. La primera, la leptina, se encarga de decirte ¡basta tío, deja ya la cuchara! Conforme vamos comiendo se acumula más y más leptina y con el aumento de su concentración en sangre se nos van quitando las ganas de comer. La ghrelina, hace todo lo contrario, su presencia desencadena una fuerte sensación de hambre. Es fácil comprender que un desequilibrio en cualquier dirección producirá trastornos alimenticios.
Para estudiar cómo se altera este equilibrio con las horas de sueño, hace unos años, en la universidad de Chicago, se hizo el siguiente experimento: Se tomó un grupo de personas, se las aisló y durante 5 días durmieron 8 o más horas diarias. Hacían determinados ejercicios y se medía con precisión la comida que libremente les apetecía tomar. A la semana siguiente se repitió todo en las mismas condiciones excepto que no se les permitió dormir más de 4 o 5 horas diarias. Los participantes se mostraron ahora mucho más voraces. Llegaron a consumir 300 calorías más al día, de media, cada uno. Calculando su influencia a cabo del año, esto les hubiera supuesto un aumento de peso de entre 4,5 y 7 kg. La falta de sueño desequilibra estas hormonas en el sentido de aumentar el apetito.
En otro experimento posterior, tras la comida, se les servían bandejas de golosinas. En la semana de dormir poco se llegaron a consumir 330 calorías adicionales de golosinas. Cuando dormían bastante, 8 horas o más, casi no llegaban a tocarlas. Lo que refuerza el experimento anterior. Poco tiempo después otro descubrimiento en esta dirección determinó que la pérdida de sueño aumenta los niveles de endocannabinoides en sangre (sustancias similares a las que proporciona el cannabis, la marihuana). Estos productos químicos estimulan el apetito y aumentan el deseo de comer golosinas (alimentos de alto nivel calórico).
Las estadísticas también han ayudado a comprender el problema. En esta gráfica están representados los promedios de horas de sueño (línea de puntos) de los americanos, en relación a la obesidad de la población (línea continua). La correlación es evidente.
También sabemos hoy que los niños de unos 3 años que duermen solo diez horas y media, o menos, tienen un 45 % más de probabilidad de ser obesos a los 7 años que aquellos que duermen 12 horas.
Digamos para terminar que los neurólogos han descubierto también que la falta de sueño inhibe el funcionamiento de la corteza prefrontal, donde se desarrollan las funciones de los juicios reflexivos y las decisiones controladas y, en contraste, se incrementa la actividad de las zonas profundas, más primitivas, que nos impulsan hacia una alimentación más desmedida y hacia alimentos muy calóricos.
Manuel Reyes
Bibliografía:
POR QUÉ DORMIMOS. Dr Matthew Walker. Ed.: Cap. Swing Libros. Madrid 2019. ISBN: 978-84-120645-2-0.
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