A veces imagino a nuestra sociedad como un inmenso hormiguero que puebla la Tierra. Cada uno de nosotros es una hormiguita trabajadora que se afana en su tarea. Actualmente sentimos vértigo al pensar que la vida cambia a nuestro alrededor tan deprisa que no somos capaces de enfocar lo suficiente para comprender qué es exactamente lo que está cambiando. ¡Porque nosotros siempre hacemos lo mismo! O eso creemos. Estamos superinformados pero ese diluvio informativo es tan abrumador y disonante que logra desorientarnos más que guiarnos.
Por fortuna hay unas hormigas aladas, pocas, que sobrevuelan los hormigueros y… tras observar la realidad -y no lo que se cuenta- capturan ideas claras sobre lo que realmente ocurre. Estas hormigas no trabajan, solo miran y piensan, su tarea es completamente inútil. Y, precisamente por eso, indispensable. Hablo de los filósofos.
Hace poco he conocido a otro de estos filósofos. Por su cara y su nombre, Byung-Chul Han, me dije: ¡japonés! Pero me equivoqué, es vietnamita. Y cuando para leer su libro “La sociedad del cansancio” (1) necesité las gafas de cerca y lento, y el diccionario de filosofía, comprendí que era un filósofo alemán de tomo y lomo. En efecto, profesor de filosofía de la Universidad de las Artes de Berlín, por más señas. Dice Han que “la filosofía es el arte de la perturbación”. Se identifica con Sócrates como “tábano” picando a la sociedad para despertarla.
El filósofo ha visto que la sociedad actual ha cambiado de paradigma, ha cambiado su forma de ver la vida, sus creencias, sus perspectivas, sus anhelos. Hemos transformado la antigua sociedad industrial que Foucoult (2) llamó “sociedad disciplinaria” en otra nueva, en la era posmoderna, a la que Ehrenberg (3) denomina “sociedad del rendimiento”. Hemos pasado de una sociedad basada en deberes externos y prohibiciones, la sociedad del “no puedes”, “no debes”, a otra basada en la autoexigencia, en el “sí podemos”, “voy a darlo todo”. Antes nos mandaban lo que teníamos que hacer, ahora nos autoexigimos alcanzar el éxito y maximizar nuestro rendimiento. Es por lo que antes el individuo se sentía oprimido dese fuera, en cambio ahora nos oprimimos nosotros mismos. Creemos de este modo que estamos logrando nuestra libertad al ser siempre tan activos, optimistas y eficientes, pero “el neoliberalismo ha convertido la libertad en una forma de explotación”. Ahora la exigencia, la presión viene de dentro, nos estamos agotando. Y no es un simple agotamiento físico que se cura con el descanso, sino uno profundo que anula nuestra capacidad de acción y nuestra esperanza. Es, según Han, el “burnout” o síndrome del trabajador quemado.
Byung-Chul Han, apoya sus conclusiones en dos columnas: Michael Foucoult y Alain Ehremberg.
Michael Foucoult (2), en su obra de 1975, “Vigilar y castigar”, describe la sociedad europea de finales del XVIII y principios del XIX, a la que denominó: “sociedad disciplinaria”, como una sociedad caracterizada por “espacios de encierro” o instituciones disciplinarias, como: cárceles, fábricas, escuelas, hospitales y cuarteles. En ellas, el poder se ejerce mediante la disciplina, que busca moldear, normalizar y maximizar la utilidad de los individuos mediante la vigilancia, la jerarquización y la sanción. La histeria es la enfermedad típica de esta sociedad.
Alain Ehrenberg (3), escribe en 1998, “La fatiga de ser uno mismo: Depresión y sociedad”. En ella explica que en la antigua sociedad disciplinaria descrita por Foucoult, las patologías dominantes eran las neurosis, como la histeria. Los individuos luchaban contra las normas y los límites que se les imponían. Pero con el cambio a la “sociedad del rendimiento” estos mandatos externos dan paso a la auto-responsabilidad, la iniciativa personal, al trabajador autónomo y creativo. El imperativo ya no es “deber”, sino “poder” o “ser uno mismo” y, “darlo todo”. Pero cuando esta autoexigencia sin límites fracasa, la culpa ya no es de otro, sino de uno mismo, lo que genera el agotamiento y la depresión.
¿Pero qué, o quién, es el “culpable” de este cambio de paradigma?
- La incapacidad de decir “no”: Vivimos en un mundo que exige disponibilidad permanente, y eso nos impide poner límites. La sociedad del rendimiento, si quiere incrementar la producción, necesitará personas flexibles.
- La pérdida de la alteridad: Hay otros, que son diferentes, y esa diferencia debe ser reconocida y respetada. Hoy en cambio en las redes sociales el que no está de acuerdo con nosotros se convierte en nuestro enemigo. Estamos perdiendo la capacidad del diálogo. Esto, en el mundo de la política, implica perder la democracia que se basas en el diálogo y el acuerdo.
- Libertad y desregulación: La sociedad del rendimiento elimina todos los límites y barreras. La integridad, honorabilidad, la ética son ya antiguallas. Todo se mide por productividad y éxito.
- El narcisismo digital: las redes sociales convierten la comunicación en exhibición. Cuando publicamos algo buscamos aprobación constante, el “like”, que transforma nuestro ego en algo que se expone como una mercancía.
- La transparencia obligatoria: todo debe mostrarse, medirse y compartirse, lo que elimina la intimidad.

















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