Una Tierra Prometida para los judíos; otra para los musulmanes
La mejor forma de conocer a un pueblo es sondear en su
historia y mejor aún si buceamos en su pensamiento a través de la historia. Los
judíos siempre llaman nuestra atención, siempre hay algún conflicto con ellos.
¿Por qué son tan raros? Apenas constituyen el 0,02% de la población mundial y
son más famosos que nadie.
Hay muchas cosas en ellos que siempre me han resultado
misteriosas, incomprensibles, inaccesibles. Como la obsesión de los judíos
porque sea su Dios el que les proporcione la tierra donde han de vivir. Todos
los pueblos de la historia se han ganado su propia tierra a pulso, con su
trabajo, o la han conquistado a cuchillo, ¿por qué los judíos tienen que hacer
un pacto con Dios para conseguirla?
Sólo he hallado respuestas lógicas y razonables en los
libros: “Armas, gérmenes y acero: breve
historia de la humanidad en los últimos trece mil años” de Jared
Diamond (un biólogo que se mete a historiador y le da la vuelta a la
forma de hacer historia), y “Los Judíos:
Historia del pensamiento” de Jesús Mosterín (un epistemólogo español
al que admiro). A ambos os los recomiendo encarecidamente.
De ellos he
podido deducir que hace unos 4.000 añitos más o menos, el pueblo que hoy
llamamos judío ya andaba por esa misma zona donde siguen hoy y donde han estado
siempre, lo que los historiadores llaman El Creciente Fértil, practicando el
nomadeo con sus rebaños de cabras y ovejas. Pero resulta que por aquel entonces
ya la mayor parte de la población practicaba con regular fortuna el cultivo de
cereales y otras hierbas. Se habían hecho agricultores y, por consiguiente,
sedentarios. Los asentados agricultores construían sus casas de piedra y
ladrillo, y no de piel de cabra. Vivían en ciudades que crearon ellos y fraguaron
el concepto de PROPIEDAD DE LA TIERRA. Es lógico que una gente que se pasa la
vida trabajando una tierra de sol a sol para lograr unos puñados de grano
considere que esa tierra es suya.
A medida que avanza este proceso de sedentarización y
posesión de las mejores tierras, las tribus de pastores nómadas se van viendo
expulsadas de las tierras más fértiles, que ahora tienen dueño, hacia las
tierras baldías y cercanas a los desiertos. Lo que empobrece y dificulta sus
vidas de modo cada vez más acuciante.
La población de las ciudades crece muy rápidamente porque la
agricultura las proporciona más alimento y por tanto más posibilidades de vida.
Además, la vida en comunidad favorece el desarrollo de artesanos
especializados, ceramistas, carpinteros, constructores… Lo que hace nacer un entramado
técnico y cultural desconocido para las tribus aisladas. Las ciudades avanzan, los
pastores no. Pronto los
agricultores tienen que defenderse de las incursiones de las tribus de pastores
que invaden sus cultivos con sus ganados e incluso, a veces, atacan a ciudades
pequeñas para hacerse con el grano y sus enseres. Algunas ciudades llegan a
construir murallas para su defensa. Los que han quedado atrás en el camino de la
civilización atacan a las ciudades en una mezcla de odio y supervivencia.
Cuando las tribus semitas tienen falta de alimento, o les
sobra gente, que viene a ser lo mismo, muchos de ellos van migrando a las
ciudades y se asientan en ellas. En principio en Mesopotamia, después en
Galilea.
Pero las tribus nómadas rechazan frontalmente la
agricultura. Estar con el lomo doblado de sol a sol no les seduce nada. Para ponderar
su rechazo basta recordar uno de sus mitos clásicos: La expulsión del Paraíso Terrenal. Yahvé crea a Adán y, como ve que
el tío se aburre tan solito, crea a la mujer, y ahora como Adán empieza a meter
mano a Eva y ésta, la muy ladina, se calla, pues se cabrea muchísimo y los echa
del Paraíso (pura lógica aristotélica). Y en su expulsión, los condena: “Ahora tendréis que ganar el pan con el sudor de vuestra frente”
Hay que fijarse que habla de pan y no de leche, carne o frutas
(el alimento de los pastores), el pan es el alimento de los agricultores. Así
que para este pueblo el paraíso es el pastoreo y la condena es el trabajo de la
agricultura. Puede deducirse fácilmente del relato mítico que debido
al pecado de Adán, Yahvé castiga a los judíos a adaptarse a la civilización que
les acoge, a hacerse agricultores.
Pido disculpas a mis circunspectos lectores por la interpretación
folclórica que hago del mito.
Me llamó también la atención el problema del monoteísmo
judío. Resulta que del mismo modo que ellos idealizan la creación del hombre
como la creación de un solo hombre, también mitifican el origen de las tribus
semitas como la existencia de una sola tribu, la de Abraham, de la que parten
posteriormente las famosas 12 tribus, de sus 12 hijos. Estas tribus estaban formadas
por un patriarca, dueño y señor de vidas y haciendas, y un dios que es tan
propio de la tribu como su patriarca. Cada tribu tiene su dios. Lo que nos dice
que los
judíos NO eran en realidad monoteístas, salvo si consideramos a una sola tribu y nos olvidamos de las
otras doce. Así cuando Yahvé se aparece a Jacob le dice: “Yo soy Yahvé, el Dios
de tu padre Abraham, el Dios de Isaac…” Esto es, Yahvé tiene que identificarse
para que Jacob no le confunda con los otros dioses.
Los historiadores fechan entre el 2100 y poco después del
2000 a de C. la época en que se produce el asentamiento casi masivo de las
tribus semitas en las ciudades. Por estas épocas la obsesión por haberse
quedado sin tierras fértiles debió ser generalizada entre las tribus semitas. Y
es por entonces cuando Yahvé se presenta a Abraham y le promete darle tierras
donde asentarse, concretamente las de Canaán, a protegerlos y darles mucha
descendencia y a cambio Abraham y sus descendientes se comprometen a obedecerle
y rendirle culto y ofrecerle sacrificios solo a él, a Yahvé, no a los otros
dioses. Y como señal visible de la alianza los judíos tendrían que
circuncidarse.
Lo verdaderamente original es que el hombre tenga que hacer
un pacto con su dios, y que el resultado del pacto sea la entrega de una tierra
donde asentarse. Y como creo haber puesto de manifiesto la causa última de
este drama es haberse quedado atrás en el normal desarrollo de la civilización
humana. Mientras los demás han descubierto y puesto en práctica la
agricultura, ellos se han negado a participar del hallazgo y cuando vienen a
darse cuenta han sido expulsados a los desiertos y no les queda tierra donde
subsistir.
Esta es, en resumen, la tragedia del antiguo pueblo Judío, del pueblo sin tierra. La tragedia que ellos fabularon
y justificaron a su manera con el mito del Éxodo, Moisés, y demás. Pero esto es
lo que les pasa a los pueblos que se quedan atrás en la cultura. Es la actual
tragedia de los musulmanes. Y es la tragedia de áfrica.
Los musulmanes se quedaron anclados en la Edad Media, su edad de oro,
y cuando han venido a abrir los ojos, en esa erróneamente denominada “Primavera
Árabe” se han dado cuenta de que ni tan siquiera comprenden lo que ocurre en
los pueblos avanzados. Utilizan sus teléfonos inteligentes, su televisión, sus
redes de Internet y demás poderosas herramientas, pero para ellos son pura
magia. ¿Y cuál es su reacción? La emigración masiva hacia los pueblos ricos de
occidente por parte de los más inteligentes —un nuevo “éxodo”, sin un Moisés, y
en barcas de goma—. Y el odio y el deseo de destrucción de Occidente de los más
radicales.
Pero ¿cómo se puede atacar a un pueblo que tiene misiles y bombas atómicas si ellos a lo sumo son capaces de fabricar cuchillos?
Con el terrorismo, obviamente. Resucitando los arcanos de las viejas religiones
para despertar el odio y propagarlo de todas las formas posibles. Sembrar el
caos para desarticular el superordenado occidente. Y con el apoyo económico de
los musulmanes del Golfo que vivían sobre el tesoro de Alí Babá, sin saberlo,
ni ser capaces de explotarlo, pero que ahora tienen todo el oro del mundo y se
ven en la obligación de socorrer a sus indigentes correligionarios.
¿Tiene esto arreglo?
¿Cómo se arregló el problema de los judíos? ¿Necesitarán los
árabes que baje de nuevo Alá a los desiertos y les castigue a ir a las universidades
occidentales a estudiar ingenierías e informática con el sudor de su
frente, y construir las infraestructuras,
las máquinas y los robots que les den de comer en el futuro?
Manuel Reyes Camacho