23 de julio de 2016

El cuento del trabajo maldito

Evolución del concepto de trabajo desde sus orígenes a la era industrial



Érase una vez los tiempos de Maricastaña, cuando la escritura apenas acababa de ser felizmente inventada. En aquella época, algunas mentes avanzadas consideraron la necesidad de dejar constancia escrita de las tradiciones orales que durante centenares, o quizá miles de años, se habían ido transmitiendo en forma oral.

Así nos cuenta la historia que Dios hizo al hombre y la mujer y los puso a vivir en el Paraíso Terrenal (actual desierto entre el Tigris y el Éufrates región donde moros y cristianos siguen intentando comprenderse a cañonazo limpio). Según parece, Adán, el muy pillín, se conquistó a Eva, o, perdón, creo que fue al revés. El caso es que Eva se llevó a Adán al huerto y, en fin, tampoco hay que entrar en detalles escabrosos, la consecuencia final es que Dios, se enfadó muchísimo por esto.

Uno puede caer en la tentación de preguntarse, ¿pero no había hecho a un hombre y una mujer, cómo es que se enfada por...? (No olvide el exégeta a la hora de intentar comprender los hechos que, por aquél entonces, aún no se había inventado la lógica, eso ocurrió después, en Grecia).

El caso es que se enfadó tanto que los condenó por la eternidad a tener que “ganarse el pan con el sudor de su frente”, (tampoco debe perder su tiempo el exégeta tratando de comprender de dónde salían los panaderos si solo estaban Adán y Eva) dicho sea en otras palabras: Los condenó a trabajar.

El trabajo, así, fue una condena divina por hacer marranaditas.

Curiosamente, los griegos, aunque no conocían estos cuentos de los judíos, decidieron que lo mejor era que trabajaran los esclavos y así las élites aristocráticas, aburridas, se dedicaron a inventarse la filosofía. Lo que consiguieron con gran mérito.

La pena fue que, dada la trayectoria de observación atenta de la naturaleza de los primeros filósofos, llamados presocráticos, cualquiera (hoy)  hubiera podido predecir el inevitable descubrimiento del secreto del pensamiento científico por los griegos. De no ser porque nacieron macarras como Sócrates, Platón y otros, que desviaron el pensamiento del buen camino, el de buscar la realidad objetiva. Por esto, y quizá porque en la época el trabajo no gozaba de mucho predicamento social. No sé si todo el mundo es consciente que el pensamiento científico es propio de currantes, y no de aristócratas, puesto que la experimentación es un trabajo manual de los gordos, minucioso, pesado y frustrante.

Esta animadversión por el trabajo, con diversos matices, ha sido así en todas las civilizaciones a lo largo de los siglos. No hay más que ver las uñas que se dejaban los aristócratas chinos y las mangas de sus vestidos, solo para demostrar que ellos no habían dado un palo al agua en su vida. Incluso en los siglos XVI y XVII, la nobleza española, sin ir más lejos, prefería la muerte por inanición a tener que trabajar. Si alguien lo pone en duda lo remito al Lazarillo de Tormes.

Hagamos un paréntesis para aclarar que, según los historiadores modernos, todo esto arranca del cambio social que las tribus primitivas sufrieron al pasar de una economía de cazadores-recolectores, que era casi un juego, a la de agricultores, donde el trabajo duro y constante era imprescindible para la supervivencia. Y… cuando aprendieron a escribir, cada uno contó a su manera este asuntillo del trabajo.

Fue la burguesía la que puso el paradigma del “trabajo maldito” en cuestión. La burguesía que surge en Europa en el Renacimiento y que basa su vida en el esfuerzo y el trabajo de sus negocios, de sus pequeñas e incipientes industrias, entre las que hay que incluir una pre-industrialización del campo. Con ello, logran vivir bien e incluso hacerse ricos muchos de ellos. Una burguesía que acaba teniendo todo el dinero de una sociedad cada día más industriosa. Frente a la nobleza, sumida, cada vez más, en la miseria de sus extensas tierras improductivas y sus sirvientes.

En Francia la nobleza necesita el dinero de los burgueses, pero no permite bajo ningún concepto el acceso de éstos a sus palacios. Los burgueses acaban cabreándose, se  monta la Revolución y terminan cortándole la cabeza a la nobleza en pleno, incluido el rey y su familia. Cae incluso Lavoisier, el "padre" de la química, que no despreciaba el trabajo, pero que era un aristócrata. En Inglaterra los aristócratas se afanan en casar a sus hijos con los herederos de ricos burgueses, con lo que paulatinamente los van fagocitando. Incluso inventan el darles títulos nobiliarios (Sir) a las personas (no aristócratas) de gran mérito (especialmente si el mérito era monetario).

Es en esta época de prosperidad que ha traído la incipiente tecnología y la creciente valoración social del trabajo donde surge con fuerza el pensamiento científico. Arranca en Italia con Galileo (un currante hijo de un músico), seguido por muchos en el resto de Europa, pero muy especialmente en Inglaterra, con hombres como Newton (otro currante que consigue títulos nobiliarios) y otros muchos nobles de los de sangre azul a quienes no les importa mancharse las manos en un laboratorio, y lo mismo ocurre en el resto de Europa, si exceptuamos a España, claro.

Y es que, podríamos decir que así como la filosofía y el derecho son frutos de las aristocracias, griega y romana respectivamente, la ciencia es hija de las burguesías renacentistas porque nace del esfuerzo intelectual y manual conjuntamente.

Con la llegada de la era industrial, el trabajo no solo es ya digno y valorado sino que se convierte en una necesidad imperiosa. La gente escapa de la esclavitud campesina de los aristócratas e inunda las ciudades industriosas, donde el que no trabaja se muere, desde el más rico al más pobre.

Hoy el trabajo está dentro de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Artículo 23: “Toda persona tiene derecho al trabajo,...” Y está contemplado en las constituciones de los países, y el mayor logro político de un gobierno está en ese sueño del pleno empleo.

Pero por desgracia la era industrial que comenzó, allá por el siglo XVIII,  y que a medida que se desarrolló acabó proporcionando trabajo a todo el mundo, ha evolucionado hacia finales del siglo XX en el sentido de quitárselo. Las máquinas han acabado haciéndose tan “listas” que trabajan solas, ya no necesitan a los trabajadores…

 ¿Y qué va a ocurrir ahora?


Manuel Reyes Camacho



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