Lo que no logró la pasada huelga general del 29S, sentarme a reflexionar sobre los sindicatos, lo ha logrado hoy la muerte del dirigente sindical Marcelino Camacho; Secretario General de Comisiones Obreras desde su nacimiento, hombre de pro que, junto a Nicolás Redondo de UGT, desarrollaron el sindicalismo español en aquellos tiempos revueltos y peligrosos de la transición. Una época que hoy bien podemos ya considerar gloriosa para los sindicatos que hicieron de catalizador o más bien de reactivo en los cambios sociales profundos que nos llevaron de la España de la dictadura a la España europea, desarrollada y culta de la actualidad.
Los sindicatos, acompañados, es verdad, de una época de crecimiento y gran desarrollo económico en su conjunto, lograron que la clase trabajadora adquiriese unos derechos y unas remuneraciones como nunca antes habían tenido. Con la entrada de los socialistas en el poder los sindicatos se las prometían felices, pero todo fue una vana quimera, Felipe González se había encumbrado tan rápida y contundentemente que durante casi dos legislaturas prestó oídos sordos a las peticiones sindicales. Hasta que se unieron los dos sindicatos mayoritarios UGT y CCOO y convocaron la famosa huelga general del 14D. Con casi el 95% de seguimiento, España entera quedó en silencio aquel 14 de Diciembre del 88. Un silencio que se convirtió en vacío e hizo estallar los tímpanos del César y de toda su Cohorte y les obligó a descender de los cielos para sentarse a negociar. Todo un hito en la historia sindical.
Pero las cosas han cambiado, han cambiado mucho. La crisis actual viene para llevarse una buena parte del bienestar social adquirido en las décadas anteriores. Hemos pecado, todo el occidente lo ha hecho, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y ahora no queda otra alternativa que retroceder hasta encontrar tierra firme o hundirse. Sindicatos y patronal han fracasado en la búsqueda de un posicionamiento social nuevo, entre otras cosas porque los sindicatos no han estado dispuestos a admitir el coste político de un retroceso, conscientes, además, de que si no lo hacían ellos le tocaría la china al gobierno. Es un gobierno socialista, sí, pero al fin y al cabo Zapatero se desliza ya por el tobogán que las crisis ponen bajos los pies de los gobiernos.
La triste huelga del 29 de Septiembre no pasará a la historia por su seguimiento. La ciudadanía, visto lo que ha ocurrido en los países de nuestro entorno, ha aceptado resignadamente los recortes. Al contrario que los inconciliables franceses que van ya por la 9ª o 10ª huelga general en pocos días. La convocatoria de huelga ha sido cobarde, preparada meses antes para hacerla coincidir con otras europeas en busca de apoyo internacional, lo que denota la falta de credibilidad y de soporte ideológico de nuestros sindicatos. Ha sido una huelga hipócrita e innecesaria. Un intento burdo de salvar la cara protestando por algo inevitable y ya aprobado legalmente.
¿Qué fue de los poderosos sindicatos de antaño?
En el margen de tiempo que va de la transición al 29S (2010) la sociedad ha cambiado esencialmente. En su conjunto se ha enriquecido y el discurso del proletariado, anclado en la parte roja del espectro político, ha dejado de tener significado. La clase media se ha hecho todopoderosa y han aparecido nuevos colectivos de trabajadores como los pilotos, controladores, docentes, médicos, etc., en los que no encaja el flamear de banderas rojas. Esto ha hecho surgir una nube de pequeños sindicatos gremiales dispersos a los que es muy difícil agrupar para una acción común, como hemos visto en el 29S.
Dada la pequeña fuerza real de algunos de estos sindicatos han pasado de la huelga al chantaje social para lograr sus reivindicaciones, así el de controladores aéreos ha logrado, a base de fastidiar las vacaciones de millones de españoles, pasar de sueldos millonarios a multimillonarios. Acción que repugna admitir como un logro sindical y que ha contribuido poderosamente al desprestigio de la acción sindical. Bien es verdad que los sindicatos de clase no necesitaban de gran ayuda para desprestigiarse, lo han sabido hacer ellos solos con el establecimiento de figuras como los “liberados”, liberados de trabajar que no de cobrar, y que, pese a las honrosísimas excepciones que todos conocemos, han sido los responsables de que la sociedad identifique a los sindicatos con nidos de vagos. Y si a esto sumamos las generosas subvenciones estatales que los maniatan y su curiosa democracia interna que permite a sus líderes, una vez entronizados, competir con los Dioses del Olimpo en materia de eternidad, tendremos el retrato casi terminado.
¿Es posible arreglar este desbarajuste? Creo que es evidente que se necesita un nuevo orden sindical, más complejo, que sea capaz de agrupar los intereses de todos los trabajadores teniendo en cuenta lo general y lo particular, la clase y el gremio y que además se mantenga al margen del espectro político y cambie las ideologías por el pragmatismo.
¿Y es necesario arreglarlo? Por supuesto, mientras haya trabajadores y empresarios, sociedades anónimas o administraciones estatales, el trabajador será la parte más débil del sistema y necesita de la unión para defenderse.
1 comentario:
Comparto tu análisis Manuel. Sólo quería aclarar algo que parece desprenderse de tu enfoque. La sociedad del bienestar es posible, sigue siéndolo. Lo que no es posible ni mantenible es esta sociedad del despilfarro, por un lado, y del amiguismo y el clientelismo por otro. Lo digo porque hay voces neoliberales que a raíz de lo que está ocurriendo ponen en entre dicho tanto la existencia y necesidad de los sindicatos, que como bien dices son vitales, como la posibilidad real de tener unos mínimos comunes garantizados para toda la sociedad que es lo que implica el Estado del Bienestar que también es vital, aunque evidentemente gestionado de otra forma. Gracias por tua agudas reflexiones. Mayte Olalla Olmo
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