18 de mayo de 2010

Seriedad en la Enseñanza


Acabamos de experimentar un ajuste dramático en nuestra economía, la rebaja de los salarios de los funcionarios y la congelación de las pensiones, y me ha llamado la atención que casi la totalidad de analistas económicos y políticos han considerado el hecho como un acto de seriedad política. Un acto que ya se produjo, en mayor o menor medida, en otros países más serios que el nuestro, por eso no llegaron a poner en peligro al euro ni al resto de Europa, como hemos hecho nosotros y como ya hiciera Grecia de forma traumática.

Y pienso que de “seriedad” estamos muy necesitados en otros muchos estamentos de nuestra sociedad, por ejemplo, en la enseñanza.

Nos quejamos con frecuencia de los vanos resultados de nuestros esfuerzos en la enseñanza, cercanos a lo desastroso. Pero seguimos la senda fácil de culpar a los políticos y, en todo caso, cando nos esforzamos por hacer un análisis menos trivial recurrimos a la segunda solución mágica: hace falta más dinero para la enseñanza.

Con estos mimbres hacemos maravillosas cestas, como dotar a cada alumno de un ordenador portátil cuando los profesores, no solo no tienen uno propio en el centro, sino que un elevado número de ellos ni siquiera tienen correo electrónico porque ignoran cómo funciona.

La enseñanza, como tantos otros sectores en nuestro país, está inmersa en una especia de folclore tan jocoso como lamentable. Algunos males le vienen de fuera, del sector político. Dice Savater que el tempus de la enseñanza es ajeno al tiempo político. Así, mientras una reforma en la enseñanza se deja sentir en la sociedad 20 o 25 años después, los políticos no se mantienen en el poder más allá de 4 a 8 años. Es por esto que los problemas de la enseñanza les son ajenos y solo se acuerdan de ella para sus campañas electorales.

Pero también tiene enemigos dentro, en realidad cada nivel de enseñanza tiene sus enemigos específicos, aunque también los haya generales. Como profesor de secundaria me voy a ocupar de este nivel que me es bien conocido y me centraré en el gobierno de los centros.

Muchas veces me he preguntado ¿cómo es posible que los institutos, dotados de un profesorado que ha sido capaz de superar una durísima oposición pública, puedan funcionar, en general, peor que los centros privados, dotados con los profesores que no sacaron las oposiciones o que no quisieron someterse a la prueba? Y nunca encontré otra respuesta que la propia organización del centro, cuyo efecto sobre el conjunto supera con creces el teórico handicap que podría suponer el profesorado.

Pido disculpas a mis posibles lectores por entrar a saco y sin comedimiento alguno en el tema, pero es mi intención coger el toro por los cuernos, con todas sus consecuencias, y para ello creo que no debo caer en las mojigaterías necesarias para hacer mi discurso políticamente correcto.

Los directores de los privados tienen todos los poderes necesarios para gobernar sus centros. Pueden controlar la programación de cada asignatura y su aplicación real con sus resultados en los alumnos, así como la disciplina, tanto de alumnos como de profesores. Pueden incluso despedir a un profesor conflictivo o de bajo rendimiento y contratar a otro.

Todo esto es absolutamente impensable en un instituto. En ellos, el director es un elemento tan decorativo como un jarrón chino. Lo eligen los propios profesores, porque los institutos son muy democráticos. Y en caso de que “se porte mal”, pues no lo vuelven a elegir; lo que viene a ser así en la práctica, pese al Consejo Escolar. La Inspección, por su parte, hace ya mucho tiempo que pasó a tareas estrictamente burocráticas.

Nadie controla el cumplimiento de la programación de las asignaturas y mucho menos la eficacia real con que se ha impartido. Un profesor puede permitirse el lujo de pasarse un mes explicando su tema favorito y al final de curso dejar sin explicar el 20% o más de su propia programación. Si un profesor no trabaja adecuadamente en clase, nadie puede controlarlo y mucho menos sancionarlo. El síndrome del profesor-señorito, que se molesta si alguien supervisa su trabajo, e incluso el del funcionario-españolito, que supone que haber superado una oposición le da derecho a un sueldo de por vida, se decida o no a trabajar, son desgracias que, en mayor o menor medida, todos hemos conocido en alguna ocasión.

El milagro de que los institutos suelan funcionar con cierta normalidad creo que se debe a dos circunstancias: La gran calidad humana de los vocacionales de la enseñanza en general, y la “presión social” que el propio alumnado ejerce con su indisciplina, sus burlas y su rebeldía, sobre los profesores que no cumplen.

Pero ¿qué pasaría si a los directores se les otorgaran los poderes necesarios para el correcto gobierno de los centros? ¿Qué pasaría si introdujéramos el concepto de seriedad en los centros públicos de enseñanza?

Sospecho que tras un funcionamiento correcto de la rutina diaria, imponer el respeto y los demás valores esenciales como el esfuerzo, la excelencia y el rendimiento, sería bastante fácil. Y la transmisión de estos valores al alumnado vendría dada por añadidura, puesto que se contagian con el ejemplo, como es prímor legem en educación.

Y no digamos si alguna vez lográsemos, como los finlandeses, que la enseñanza se independice lo suficiente de los políticos como para que sus planes y sus continuos cambios adaptativos, quedaran en manos de profesionales de la enseñanza sin otros fines que los educativos, en lugar de hacerlo los políticos con fines electorales.


Manuel Reyes Camacho

4 comentarios:

Arcadio R.C. dijo...

Qué razón llevas en todo lo que dices y qué valiente el artículo.
La administración tiende a moverse con criterios políticos, no empresariales ni de eficacia en el rendimiento. Esto es a la vez malo y bueno. En el caso que nos ocupa, es evidente que la organización de los centros se ha beneficiado/resentido de una estructura muy democrática y nada jerarquizada que da notable libertad a los profesores (no hay jefes),dejandoles actuar según su profesionalidad le dicte. La bondad del modelo es incuestionable, pero deja demasiadas grietas para que se instalen el pasotismo y la ineficacia.
Evidentemente hay muchas cosas que tocar en la enseñanza y no estaría mal un gran debate sobre el tema, desde luego satisfechos de los resultados no podemos estar en estos momentos.
Un buen post.

Carlos Alfredo Lozano Santos dijo...

Estimado Manuel, buen aporte, muy concreto y relevante. Coincido con sus apuntes, de hecho creo que la currícula debería descentralizarse en cierta medida ofreciendo un margen de inclusión de contenidos consensados por docentes, profesionistas, académicos y empresarios de cada comunidad. Dejando fuera a los oportunistas políticos y enfocándose en el fenómeno educativo real de cada contexto. Además sostengo que si hablamos de seriedad, el cumplimiento de los planes y programas de estudio debiera ser un resultado colateral, si se busca primero el desarrollo integral del alumno -y específicamente de sus talentos- en cada una de las dinámicas de clase. Felicidades y sigamos compartiendo puntos de vista.

Manuel Reyes Camacho dijo...

Efectivamente, Arcadio, la administración se mueve por criterios políticos, pero en una sociedad moderna, esto no puede, o no debe, desligarse de la eficiencia, a mi modo de ver.

Manuel Reyes Camacho dijo...

Gracias, Carlos Alfredo, por sus notas coincidentes. Estaré encantado de continuar intercambiando puntos de vista con usted.