28 de agosto de 2009

Los bulos de la NASA



Celebramos el aniversario de la conquista de la Luna y, los que somos suficientemente viejos, caemos fácilmente en la nostalgia de aquella noche mágica pegados a nuestros viejos televisores de rayos catódicos y pantallas grises, con el corazón desbocado viendo a Neil Armstron descolgarse “intrépidamente” de su escalerilla. Hoy parece un sueño. No es de extrañar que haya gente que piense en un montaje a lo George Lucas.

Pero todas las conquistas que hemos estudiado en los libros de historia han tenido una finalidad práctica: anexionarse nuevos territorios, nuevas tierras de cultivo, nuevas fuentes de energía y, especialmente, nuevos súbditos capaces de trabajar y pagar impuestos. Claro que antes se conquistaban territorios y ahora hemos pasado a la conquista de planetas; deshabitados, por el momento.

¿Para qué se conquistó la Luna?

Los testigos presenciales de la época lo sabemos bien: Para demostrar al mundo quién disponía de la mejor tecnología y la mejor ciencia, si Estados Unidos o Rusia. Era una mera cuestión de prestigio, un pulso internacional, uno más en la Guerra Fría.

Lo que nadie explicó nunca satisfactoriamente fue el misterio de que Rusia fuese siempre adelantada en la carrera espacial –primer satélite, primer animalito, primer astronauta- y sin embargo, cuando llegó la hora de la verdad se quedó atrás sin abrir el pico. Dicen las malas lenguas que tuvieron un grueso accidente, con muchos muertos, y esto les dejó atrás en la carrera. Aunque muertos hubo por ambas partes y me temo que nunca sabremos cuantos. Todo fue una aventura irracional que finalmente salió bien por puro milagro, con aquella tecnología hoy nadie se hubiera atrevido, baste recordar, como se ha comentado en estos días, que el ordenador que portaba el módulo lunar tenía menos memoria que una lavadora de hoy.

Pero el objetivo era meramente político, los logros científicos fueron insignificantes si los comparamos con el dinero invertido y el capital humano utilizado y sacrificado. Y este se unía a otro motivo casi religioso, hacer realidad la fantasía humana de poner el pié en otro astro, subir al Olimpo para jugar con los dioses, demostrar que la vida podía escapar de su azul y redonda burbuja terrestre y colonizar otros mundos.

Se podrá argüir que todo esto pertenece al país de la pura utopía, pero ¿hay algo más valorado por el hombre moderno que la fantasía?



Nadie duda que hoy, establecer allí observatorios astronómicos, especialmente en la cara oculta, y estaciones meteorológicas para vigilar la Tierra, serían una maravilla. Y no digamos cómo valorarían los militares una base fija para observar lo que ocurre en la vieja y arrugada piel del planeta. Pero todo esto es nada comparado con su precio. Realmente no hay ni un solo motivo razonable para volver. Lo que teníamos que saber de la Luna ya prácticamente lo sabemos. ¿Por qué volver?

Yo no veo otra razón que el empuje de las potencias emergentes, china fundamentalmente, y quizá Japón que, aunque ya emergiera hace tiempo, da la impresión que no se siente cómodo con el peldaño que ocupa en la escalinata del prestigio internacional. ¿Y van los Estados Unidos a permitir una reconquista china de la Luna sin estar ellos allí para darles la bienvenida?

El problema para los americanos es que con estos pobres razonamientos no se mueve la opinión pública, ni se obtiene dinero del congreso para pagar las facturas. Entonces hay que inventar algo, algo novedoso, algo misterioso, algo que la gente casi comprenda, pero que en realidad no tenga ni idea. Por ejemplo:

-¡Busquemos helio-3 en la Luna! ¡Una fuente de energía maravillosa con la que podremos alimentar nuestros reactores de fusión nuclear en el futuro!

La NASA se ha especializado desde hace años en elaborar este tipo de “mentiras verdaderas”. Son tan falsas como los anuncios de quitamanchas, igual de ininteligibles pero mucho más atractivas. De no ser por esto las fuerzas vivas de la NASA estarían ya en el paro hace tiempo.

-¡Hay agua líquida en Marte, luego puede haber vida! ¡Vayamos a buscarla!

Y no le quepa a usted la menor duda: ¡la encontrarán! Es de cajón. La hemos enviado nosotros mismos en cada una de los aparatejos enviados allí (no hay modo de esterilizarlos de modo absoluto). Luego, cuando tras largos años de controversia, “descubramos” que aquellas bacterias marcianas son primas o sobrinas del “bacilus-vacilón” y la “estealicia-coli” terrestres, ya no importará, porque estaremos en Marte. Y la Nasa estará montando otro bulo para visitar los satélites de Júpiter.

Conste que yo no critico a la NASA en esta labor trágico-cómica de tener que idear bulos atractivos a fin de obtener dinero para la investigación, lo lamentable es que haya que valerse de esos trucos para lograrlo. El dilema es que, al mismo tiempo, mi espíritu de viejo profesor no puede evitar sublevarse ante la infamia de infiltrar bulos y falsedades a la ciudadanía.

Como el que ahora han ideado para justificar el nuevo viaje a la Luna: buscar helio-3, ¡menuda estupidez!

El helio es el segundo gas más abundante del universo, después del hidrógeno. Las estrellas están formadas esencialmente de hidrógeno y como consecuencia de su “combustión” (fusión nuclear) resulta el helio como residuo que, a la muerte de la estrella se disemina por el espacio. Al helio lo podemos encontrar pues, en cualquier lugar del universo a donde vayamos, incluso ocluido en las rocas de la Tierra, la Luna o Marte. Claro que, como es un gas difícilmente licuable, lo podemos encontrar en mayor abundancia en los astros con atmósferas como la Tierra, Júpiter o Saturno. En la Luna, como no tiene atmósfera, solo podemos encontrar insignificantes cantidades ocluidas en las rocas.

En la Tierra, en cambio, tenemos manantiales de helio por doquier: en las aguas minerales, en las emanaciones volcánicas y, especialmente, en los yacimientos de gas, de donde se obtiene en cantidades industriales para nuestros usos habituales: atmósferas inertes, industria, investigación, hospitales y hasta para llenar globitos para los niños en las ferias. En la atmósfera se encuentra en una proporción de 5 ppm (partes por millón), Es decir que si estimamos el peso de la atmósfera en 6 000 billones de toneladas, en ella tendremos unos 30 000 millones de toneladas de Helio, en números redondos, de los cuales 41 000 toneladas son de helio-3.

Debemos aclarar que si bien el helio surge continuamente de la superficie del planeta, no permanece siempre en la atmósfera, porque le pasa como al hidrógeno que, debido a su escaso peso y su tremenda velocidad de movimiento, se escapa de la Tierra y se “cae” al Sol. Así que la atmósfera mantiene un nivel aproximadamente constante de He.

También hay que de decir que el helio natural tiene dos isótopos el helio-4 (con 2 protones + 2 neutrones en su núcleo) y el He-3 (2 protones + 1 neutrón), cuyas abundancias relativas son de He-4 = 99,999863% y el He-3 = 0,000137%. Como puede verse la abundancia del He-3 es muy pequeñita, pero esas abundancias relativas se mantiene aproximadamente en cualquier parte del universo, de modo que en la Luna no pueden ser muy diferentes.

Por tanto, si en la Luna no hay atmósfera, habría que sacar el He de las piedras, mientras que en la Tierra sale él solito, a chorros, en los yacimientos de gas, aparte del que hay en la atmósfera, ¿en qué consiste el negocio de buscarlo en la Luna?

Perdónenme, pero es que pienso que si a lo largo de la historia quien se ha ocupado de justificar las hazañas políticas de conquista eran el “espíritu patriótico” y las religiones, me subleva la idea de que ahora esten tomando el relevo ciertas instituciones científicas.